Petro abre la frontera terrestre y cierra la ideológica

Samuel Uzcátegui

Nueva York, Estados Unidos

Cada vez que se aproxima un proceso electoral en la región siempre se asoma un fantasma. Un espíritu volador que pernocta toda conversación de los binarismos presidenciales que se presentan a los escrutinios finales. Ese fantasma es el de Hugo Chávez.

Las elecciones se han reducido a un sistema de: el candidato que apoya la revolución bolivariana, y aquel que está radicalmente al otro lado del extremo. Y para una población electoral importante, esa es suficiente información para hacer un voto. No importa absolutamente más nada. Solo el temor de verse en el espejo de Venezuela. O en su defecto, las ansías de vivir en un país igual.

En Colombia se dio el caso, y en momentos de campaña, trataba de ver a Gustavo Petro como un hombre que podría recular sus opiniones anteriores acerca de Venezuela. Que de nada servía desempolvar tuits o declaraciones viejas en las que mostraba su apoyo y admiración al chavismo, sino preocuparse más por las acciones que tomaría en el momento de asumir el poder.

Pensar que no existiría esa solidaridad automática, como en la marea rosa, con la que se ignoraba cualquier acción criminal entre gobiernos por el simple hecho de compartir ideología. Y ni siquiera ideología, a veces era solo por compartir etiqueta. Por ambos llamarle socialismo a lo que sea que estaban haciendo. Por familiaridad. No por convicción.

Gustavo Petro anunció que el 26 de septiembre del presente año se abrirán las fronteras terrestres entre Colombia y Venezuela. Siendo de una ciudad fronteriza, como el Táchira, para mí y para la persona común eso es un notición. Para la migración pendular y ambas comunidades, es la mejor noticia que puede recibirse. Salir de la precariedad de los pasos con puentes improvisados en las trochas, de lidiar con guerrilleros del ELN que autorizan o descartan tu paso ya que son los dueños de la zona, de temer por tu vida cada vez que quieres cruzar la frontera y volver.

Es un paso hacia adelante, lo mismo con la reapertura de los vuelos comerciales entre ambos países. El problema está en que las trochas y los pasos irregulares no van a desaparecer. Peor aún. Van a tener menos ojos encima. La zona común es muy extensa como para cerrar todo por completo y Petro no hizo referencia a estos pasos.

En el Táchira es un secreto a voces que el actual gobernador chavista, Freddy Bernal, utiliza las trochas para contrabandear alimentos y gandolas de gasolina. Y también es un pilar fundamental para el narcotráfico. Entonces, lo que es una buena noticia para el pueblo común, también abre más caminos para la ilegalidad y el crimen organizado. Denuncias como esta, en donde se desenmascara la colaboración del Estado venezolano con grupos irregulares colombianos, les costaron la libertad a miembros de la ONG Fundaredes, entre ellos su fundador Javier Tarazona, quien lleva casi 15 meses secuestrado por la policía política de Venezuela.

Ya existe una relación diplomática entre ambos países, donde ambos han abierto nuevamente las embajadas y asignaron sus comisiones diplomáticas, y se habla de una eventual reunión en las próximas semanas entre ambos “líderes”, si es que a Maduro se le puede llamar líder de algo.

Quisiera no adelantarme, pero temo que el gobierno de Gustavo Petro y su relación con Nicolás Maduro se va a asemejar a ese modelo anterior. A ese permisivo y complaciente modelo. Va a existir una cooperación, que espero no se extienda a mayor colaboración, y del lado de Colombia existirá una tibieza frente al tema y una anuencia para que el país vecino haga y deshaga como quiera.

Y eso preocupa. Me encantaría que Petro se alejara de la espada de Bolívar. De la revolución bolivariana. De ese concepto que acabó con un país. Que se hablara de otra izquierda. No más de lo mismo. O que por lo menos se distanciara, como en su momento lo hizo Gabriel Boric, de Maduro y sus lacayos.

O que mínimo, utilizara esa cercanía al régimen de Maduro para hablar de la solución democrática que todo el mundo propone, pero está en hibernación. Porque ya nadie mueve un dedo, y la región continúa acomodándose a conveniencia de Maduro. Y quizás me equivoco y la solución no es mantener a Venezuela aislada, pero me cuesta creer que seguiremos avanzando a un mundo que se acostumbra a la desgracia. Y que la mejor solución para el país es acostumbrarse. Porque nada va a cambiar.

Y de nuevo, no quiero adelantarme, pero ya hemos visto una pizca de lo que puede llegar a hacer la dictadura venezolana con un gobierno colombiano complaciente. En sus inicios, durante la cercanía de Juan Manuel Santos a Nicolás Maduro, Santos deportó a activistas venezolanos opositores que buscaban refugio en Colombia, como a Lorent Saleh, quien fue posteriormente encarcelado por el SEBIN (policía política de Venezuela) en La Tumba, una celda cinco pisos bajo tierra, donde duró cuatro años.

Lo mismo ocurrió con Gabriel Valles. Esa colaboración es la que preocupa. Aquella que pueda hacer que esa cercanía entre gobiernos ponga un blanco en la espalda a todo aquel refugiado político que encontró un hogar en Colombia. Y la del migrante promedio también.

¿Cómo puedo sentirme cómodo y abrazado por un país en donde el principal mandatario no reconoce las razones de mi desgracia? Colombia alberga millones de venezolanos, y quizás la política migratoria no cambie y esa solidaridad que ha existido desde el día uno, y que se agradece con todas las fuerzas, tampoco desaparezca. Pero preocupa la posibilidad, porque no se ha visto ni sentido ese compromiso. Y ojo, no quiero caer en los ombliguismos venezolanos de los que tantos hemos pecado.

No quiero empezar a advertir al pueblo de Colombia que su voluntad popular está equivocada, y colaborar exactamente a ese discurso binarista del principio qué tanto daño le ha hecho a la región. Porque ya no se elige entre las dos mejores opciones. Se elige entre el chavista, y la opción menos mala de los antichavistas. Y eso no es democracia.

Y estoy cansado de que los análisis que los venezolanos hacen sobre cualquier tema político se mantengan con la misma tonalidad del: “Vengo del futuro, en Venezuela eligieron a un socialista y pasó esto” porque es ignorante. Es simplista. Ignora muchas cosas. No es suficiente pensar solo así.

Y quizás Petro haga maravillas por Colombia, y no soy nadie para desear lo contrario solo porque estoy en contra de su forma de pensar/actuar frente a distintos temas. Pero si es importante resaltar que, preocupan los precedentes del régimen venezolano con homónimos complacientes, y cada vez hay más de esos en la región. Y volver a lo mismo y darles más poder y comodidad es lo que menos se necesita.

Ojalá, Gustavo Petro, utilice todos esos discursos en los que vela por la paz y justicia en su país, para también considerar ser un actor importante, partícipe y decisivo en movilizarse por la paz del país al que llama hermano. No caer de nuevo en los discursos tibios de “no intervenir en países ajenos” y sumarse a esa voz unísona que cada vez suena más cuando se menciona a Venezuela. El “no nos incumbe”. Como si Venezuela fuera el coco, del que no se puede hablar. Porque si no le incumbe encontrar una solución a la crisis y acabar con la dictadura a los países que más migrantes están recibiendo. Entonces, ¿a quién?

¿Estamos solos? Me encantaría creer que no. Espero tener la razón.

Lorent Saleh a su llegada a España, tras su liberación de una cárcel venezolana, el 13 de octubre de 2015. Foto tuiteada por Yasmin Saleh.

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