La historia pendiente

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

Es una historia antigua, que me persigue como una sombra fiel, desde una noche hace ya 32 años, y hoy ya casi a las diez de la noche del sábado, he decidido empezarla como una forma de exorcizar los recuerdos, si es que eso es posible.

Todo comenzó con un viaje, al que partimos mi papá, mi mamá y yo, con rumbo a Bahía de Caráquez,  donde se casaban unos buenos amigos. Yo tenía 25 años.

Llegamos al hotel que escogimos en Bahía y descansamos un rato. Al atardecer nos empezamos a vestir para la fiesta. Papá estaba bastante cansado por la manejada, y porque la perrita se había hecho popó debajo de su escritorio y él se puso a trapear prolijamente el piso antes de salir de casa.

La boda se celebraba un 2 de febrero, el día de la Candelaria. Recuerdo que entramos a la iglesia y luego mi papá se demoró muchísimo tiempo en salir. Yo estaba fastidiada, por estar parada en la vereda esperándolo; con mi mami nos preguntábamos por qué se demoraba tanto, pero ninguna de las dos entró a llamarlo.

Cuando al fin salió las dos le dijimos, ¡qué es lo que hacías que no salías? Y él contestó que en esa capilla había una imagen de la Virgen María Auxiliadora y que había estado conversando con ella, que le había agradecido por cómo me había cuidado.

Con mi papá solíamos tener nuestras desavenencias. Lo recuerdo como un hombre maravilloso pero tenía sus cosas. Todavía hay veces que encuentro personas que lo han conocido y que no han olvidado su gentileza, su alegría innata y su capacidad increíble para caerle bien a la gente. Fue un emprendedor, un ingeniero mecánico natural, el hombre que encontró la manera de subir hasta la cima del Cerro del Carmen, en pleno centro de Guayaquil, en 1972, las 27 piezas de hierro y cobre del monumento al Corazón de Jesús y montarlas sin cobrar un solo centavo, solo por el honor de servir a su ciudad.

Le gustaban los tangos y los boleros de los Panchos. A veces tarareaba «Me voy pa´el pueblo». Y esa noche, después de conversar con la Virgen, nos divertimos y bailamos juntos. Después de un buen rato, él se paró a conversar con su gran amiga Chabela Baquerizo. Pasados unos minutos oímos que una silla se caía, yo estiré el cuello para ver, vi que mi papá se había caído para atrás con silla y todo. Yo me paré de un salto y vi que se  incorporó y dijo «¿qué me pasó?», y volvió a caer. Los amigos se acercaron apresurados. Recuerdo que lo llevaron a una clínica cerca, mi mamá y yo fuimos también.

La clínica era pequeña y desde el patio yo veía la habitación de mi papá donde le ponían electroshocks en el pecho, y daba vueltas por el patiecito y repetía incansablemente las palabras del salmo 23, ”El Señor es mi pastor, nada me falta”, que fue el que se me vino a la mente.

La fiesta de la boda había terminado de improviso. Luego, las únicas palabras que dijo mi mamá fue que se quería llevar el cuerpo de mi papá a Guayaquil para velarlo. Entonces se corrió la voz de que necesitábamos un chofer. Al rato se presentó un señor, moreno y delgado, con las llaves del carro y dijo ”yo soy el chofer que los va a llevar a Guayaquil». Mi mamá dispuso que yo me fuera con los Baquerizo y que ella viajaba con mi papá y el chofer.

En Guayaquil, llevamos el cuerpo de mi papá a la casa de mi hermana María Laura para velarlo y cuando pasó un poco el llanto y el aturdimiento, nos acordamos del chofer, que no le habíamos pagado y empezamos a preguntar quién lo contrató. Pero nadie sabía nada, ni de dónde salió ni por qué se fue sin que le paguemos. Simplemente nos dejó allí, dejó el carro estacionado y se fue. En mi corazón, yo creo que fue ángel.

Esa noche a mi hermana Loly le tocaron el timbre de la casa de Salinas donde estaba. Los guardias dijeron que nadie había subido en el ascensor. Todas las hermanas de alguna forma fueron avisadas y sintieron cuando él se fue aún antes de que les llegue la terrible noticia.

A nadie de los que lo conocían eso les pareció raro. Él era demasiado amable y delicado como para irse sin despedirse, aún en sus circunstancias.

Eduardo José Jurado Game, mi papá, y yo, cuando tenía 8 años.

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