Quito, Ecuador
En medio de la tragedia que vivimos, y no para aliviarla, las Furias, queriendo hacer sarcasmo de nuestra desgracia, nos han dado un payaso. Él -las Furias son retorcidas- no lo sabe. Y, de pie ante un espejo de cuerpo entero, no ve la peluca rubia que cubre su cabeza; su nariz de pelota; su sonrisa perpetua pintada de rojo (fíjense en sus entrevistas en la televisión); sus descomunales zapatos blancos, tachonados de estrellas; su colorido traje hecho con remiendos.
Él, frente al espejo, no ve un payaso, ve un genio. Y, pobre, no representa otra cosa que la ignorancia satisfecha, la suficiencia de una máquina de hacer ruido, la soberbia del enano que se cree Napoleón. Pero ahí lo tenemos, lo sufrimos.
Él, encarnación de los vicios de los políticos ecuatorianos, es el producto necesario de un sistema educativo deficiente, de los mecanismos de selección burocrática basados en la papelería y los contactos, de nuestra pobreza moral y cultural. El poeta latino Catulo escribía: “¿Por qué, Catulo? ¿Por qué morir demoras? / El roñoso de Ñoño ocupa ya su escaño/ y Vatinio perjura por su Magistratura:/ ¿Por qué, Catulo? ¿Por qué morir demoras?”.
¿Pero a quién, en un país que ha aceptado, sumiso, la desvergüenza y la falta de pudor de sus dirigentes, jueces y políticos, le va a provocar si no ira, al menos vergüenza ajena, que alguien como Wilman Terán presida el órgano de control de la justicia? A nadie. No obstante, tener un payaso controlando a los operadores de la justicia es algo que un país no puede permitirse.
Si aceptamos que los payasos manden, la vida pública se convierte en un chiste. Ya lo es, en parte, y, por eso, cualquiera hace befa del poder público y de las instituciones democráticas. ¿Qué significa para el principio de autoridad en Ecuador que alguien como Wilman Terán dirija el Consejo de la Judicatura?
Dos cosas, ambas muy dañinas para la convivencia social y la supervivencia de nuestras instituciones. De un lado, la falta de respeto a la autoridad y a las instituciones constituidas y, de otro, la conciencia de que el pueblo es impotente frente al tonto o al corrupto con poder y de que las cosas son así y seguirán siendo así si él mismo no actúa, pues, ahora, no tiene ninguna autoridad a la que recurrir.
¿Es solo por falta de ley que Terán sigue, pese a los desafueros cometidos, presidiendo el Consejo de la Judicatura? Aristóteles pensaba que la soberanía la ejerce la ley y que el pueblo puede ejercerla directamente solo cuando esta es insuficiente o no aplicable a la materia en cuestión.
¿Qué se debe hacer cuando la ley falta o es insuficiente y una sociedad necesita resolver un problema que amenaza con hacer trizas el principio de autoridad? Estamos obligados a responder esta pregunta y a actuar en consecuencia.