Sonidos de libertad

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

«Los niños de Dios ya no están en venta»

Sonidos de libertad, Alejandro Monteverde

Hay que cuidar a la niñez por sobre todas las cosas. En un mundo caótico, destruido y atrapado en los vicios y las drogas, la única fuente de luz y esperanza es la educación que se convertirá en el verdadero camino a seguir. Más allá de las absurdas posturas de la izquierda de romantizar a la violencia causada por el narcotráfico, la trata de personas, la migración desordenada y el consumo de sustancias estupefacientes y de mirar a los victimarios como víctimas, la realidad logra brillar por medio de la verdad.

El presente texto irá más allá de la película Sonidos de libertad (que de paso es una obra maestra del cine por su potente crítica social que ha calado en los ecuatorianos, lo cual produce alegría y esperanza) sino que el film logra describir el horror que representa ver lo que carcome en verdad a sociedades como las de Estados Unidos ante casos que involucran a inocentes de tiernas edades.

Un reportaje presentado por Teleamazonas describe la atrocidad que viven niños en el metro de New York para vender caramelos y sobrevivir. Sin embargo, lo más nauseabundo es la postura de los padres de esos chiquillos migrantes que están conscientes de los riesgos y aun así explotan a los menores laboralmente, como mínimo, por unos cuántos dólares. Aquella gente, realmente, aquí sale sobrando. Pero, si la mediocridad será parte de su vida en otro país, no utilicen a inocentes para sus propósitos que son, por donde sea, injustificables.

Si por un lado hay infractores a lo racional, por el otro hay una sociedad permisiva que da las garantías para que estos casos se reproduzcan. La vergüenza se plasma ante gente que posee principios bien puestos en su vida y que demuestran en su diario accionar.

Hay que acostumbrarse a tratar temas espinosos como la migración, las adicciones, el narcotráfico desde las aristas pertinentes y sin tapujos, es decir no desde un discurso victimista y colectivista sino mediante el lado real y directo. Por ende, es necesario hacer un llamado a profesores de escuelas, colegios y universidad a proteger estos tesoros llamados juventud y niñez.

Cuando Harriet Beecher Stowe escribió ese clásico estadounidense llamado La cabaña del Tío Tom, cuando Solomon Northup narró 12 años de esclavitud o Alex Haley su magna obra Raíces quizá nunca pensaron en lo que se viviría actualmente sobre la nueva forma de esclavismo al ser humano. La inocencia destrozada por la inescrupulosa agenda de un mal llamado «progresismo» político de un nefasto Grupo de Puebla o un Foro de Sao Paulo que callan, encubren y normalizan estas prácticas nefastas mediante una doctrina de tipo orwelliana al resto de individuos.

Los sonidos de libertad deben replicarse en las aulas de clase —el sitio adecuado para que la niñez y la adolescencia florezca sin ningún obstáculo y donde los profesores deben (a toda costa) evitar que las garras del socialismo del Siglo XXI perforen la inocencia, trastornen las mentes de personas que quieren con ímpetu abrirse a la vida, que están deseosos de conocimiento—.  Es vital enseñar valores, ética, cívica que si se mezclan con literatura y conocimientos varios, con la finalidad de forjar clases muy fuertes donde los cimientos sociales sean fuertes y no sucumban a las ideas líquidas social-populistas actuales, Ecuador cambiará sin duda alguna.

Si bien el llamado «Primer Mundo» quiere contaminarse de estas decadencias, allá ellos. Nosotros de nuestro lado, con gusto iremos al lado opuesto. Desarrollarse no implica alejarse de cosas básicas, sino más bien, de mantener principios elementales de convivencia.

Una causa que debe, poco a poco, alejarse de los discursos cliché como la inseguridad, que, en parte, usan grupos de personas que salen al extranjero para cometer crímenes o ilegalidades legales, éticas, morales y que no merecen perdón alguno. Jamás un inocente niño deber ser el escudo para encubrir acciones ilícitas como la pedofilia o poner a criaturas a merced de traficantes o mafiosos.

Este será un trabajo arduo, pero que es necesario hacerlo. Sin perder el miedo no se hace nada.  Hay que pensar y actuar valientemente y en el deseo esperanzador profundo de cambio. Forjemos una auténtica libertad, como la soñamos, pero siempre con el camino correcto delante de nuestros pies.

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