Rochester, Estados Unidos
Este asunto de las elecciones va más allá de los nombres. Se trata, una vez más, de elegir entre dos formas de mirar el País.
La primera, la de Luisa, consiste en acatar de buen grado un sistema que ha empobrecido a todos los países que lo han adoptado, ha señalado a sus líderes como corruptos sin excepción y ha hundido su capacidad productiva a niveles ínfimos.
Males como la inflación, la devaluación y la migración masiva son algunos de los resultados conocidos. La pobreza resultante es maquillada con bonos estatales que empobrecen sistemáticamente a los habitantes y los hacen cada vez más dependientes de la bondad estatal.
Así, la gente sigue votando por una quimera que nunca se realiza.
La tan mentada equidad, que justifica atracos, intolerancia y abusos de poder por parte de los supuestos redentores, es el camino del empobrecimiento del país a costa del bolsillo de sus ingenuos votantes.
En la otra vertiente, la de Daniel, está la receta que ha empujado a los países hacia el progreso económico, compuesta por una política abierta a los emprendimientos, flexibilidad laboral, estabilidad económica y apertura al capital.
Mientras la primera opción reduce el pastel porque el Estado pretende controlarlo todo, la segunda amplia la iniciativa privada y desarma el aparato estatal hasta ubicarlo en niveles razonables.
Mientras la primera ofrece una aparente opulencia mientras atraca los fondos estatales, la segunda trata de aumentar las reservas y ponerlas en manos de la iniciativa privada antes que del control estatal.
En el mediano y largo plazo, la primera empobrece, la segunda enriquece.
Por supuesto, la segunda requiere más esfuerzo y sacrificio que la primera, porque es siempre más fácil gastar que producir.
Pero los resultados son diametralmente opuestos.
Un País que permite la iniciativa privada y crea el marco legal y económico para lograr la expansión es un País que progresa.
Un País que cierra las puertas al mundo, se llena de proteccionismos para ocultar la ineficiencia es un país que se estanca.
Basta mirar alrededor del mundo para comprender lo que hace el populismo.
De tal manera que no se trata de Luisa y Daniel, se trata de dos modelos de gestión diametralmente opuestos con metas muy distintas, por lo que cualquier nombre que implique buscar el progreso y la democracia en libertad debe ser apoyado sin reservas, más allá de las personas que lo representen.
El País necesita de ejercer su libertad en el sentido amplio de la palabra, necesita de empuje y unión, requiere desmontar con urgencia un Estado controlador y corrupto, y todo esfuerzo para lograrlo debe ser respaldado.
El que llegue al poder está obligado a cumplir con ello, o ser demandado por no hacerlo.
Es una oportunidad más para todos.
No lo olvidemos.