Petro, Venezuela, Hamas y Biden

Francisco Santos Calderón

Bogotá, Colombia

En un mundo interconectado como el de hoy lo que sucede en el Medio Oriente tiene impacto en todo el mundo y genera consecuencias impredecibles que solo reconocemos tiempo después. El primer efecto es que el brutal acto de terror de Hamas, organización terrorista que nunca ha aceptado la existencia de Israel, empoderará organizaciones similares en el mundo como Hizbollah, en Líbano, y las Farc y el Eln, en nuestro territorio, para solo mencionar algunas.

No es que no lo hayan hecho en la región o que necesiten incentivos. Ejemplos a seguir en América Latina hay muchos. Los dos ataques del terrorismo islámico en Argentina en 1992 y 1994 contra la embajada de Israel y la asociación mutual israelita, que dejaron 113 muertos y más de 600 heridos, son un referente de terror. La toma del Palacio Justicia por el M19 en 1985, el secuestro de los 194 feligreses en la iglesia de La María en Cali en 1999 por parte del Eln y los campos de concentración con secuestrados que tuvieron las Farc en Colombia entre el 2000 y el 2008 muestran la servicia de las organizaciones terroristas que operan en Colombia.

Sin embargo, la violencia brutal contra civiles desarmados, el terror y el festejo de éste que vimos prácticamente en vivo y en directo ponen este ataque terrorista de Hamas en un lugar distinto de crueldad y horror que elimina barreras y límites sobre lo que los terroristas en otras partes del mundo van a hacer en el futuro. Si le sumamos la posible ejecución de rehenes en vivo y en directo incluyendo niños, que seguramente va a suceder, el uso del terror adquiere una nueva dimensión que seguramente tendremos que ver y sufrir nuevamente allí o en otros lugares del mundo.

En Colombia, las organizaciones narcoterroristas hoy crecen al amparo de un gobierno que las justifica y no las combate; a esto se suman las declaraciones del presidente Gustavo Petro sobre lo sucedido en Israel, en las que evade condenar el terror y disculpa y apoya a la organización terrorista, lo que le da a los líderes de estas sanguinarias estructuras en Colombia carta blanca para ejercer su violencia.

Venezuela y el presidente de Estados Unidos Joe Biden entran en la ecuación y no de una manera tangencial sino directa. Para nadie es un secreto la relación de Irán y Hizbollah con la dictadura mafiosa venezolana. La política de “detente” que aplicó al Medio Oriente -y la misma que aplica a Venezuela-, de la que se enorgullecía el gobierno Biden (el mismo secretario de Seguridad Nacional Jake Sullivan el pasado 8 de septiembre en la revista Atlantic sacó pecho y dijo “el Medio Oriente está en su momento más tranquilo en las últimas dos décadas”), se vino a pique con esta masacre cometida por Hamas con el apoyo y la luz verde de Irán, como lo confirma el Wall Street Journal.

¿Darle seis billones de dólares a Irán por cinco presos o, mejor, cinco secuestrados, porque allí no hay justicia? Vale. ¿Levantamiento de sanciones a narco sobrinos de la esposa de Maduro y licencias para exportar petróleo de Venezuela a unas empresas a cambio de cuatro secuestrados en Venezuela? Vale.

Claro, después secuestraron a otros norteamericanos. Sin aprender esa lección, como tampoco aprendieron la de Irán, hoy el gobierno de Joe Biden pone sobre la mesa la posibilidad de entregarle a Álex Saab a Venezuela y flexibilizar aun más las sanciones, a cambio de una supuesta liberación de presos políticos y unas supuestas garantías electorales.

No podemos olvidar que Biden, como vicepresidente, fue el gestor del acuerdo con Irán en la administración Obama que tuvo un solo ganador, la dictadura islámica de Teherán y su accionar disruptivo en el Medio Oriente, que ahora se ha trasladado a América Latina. Tampoco podemos olvidar que Barack Obama le abrió las puertas a Cuba para normalizar relaciones, pero fracasó en su intento. Cuba, como dictadura extremista, en vez de entrar al vecindario como un buen vecino continuó con su política agresiva y expansionista que tanto daño le ha hecho a la democracia y a la libertad en la región.

Tanto Joe Biden como Barack Obama creen que ante las dictaduras totalitarias las buenas intenciones sirven para crear puentes de transformación. Obama cambió de posición en Siria frente al uso de armas químicas y miren el resultado, un gran triunfo de Rusia en la región, millones de desplazados y cientos de miles de muertos. Obama dejó pasar la invasión de Crimea con una serie de sanciones menores y hoy tenemos la guerra de Ucrania.

Biden, y su mediocre operador político en nuestra región, Juan González, van por el mismo camino en Venezuela. No han entendido que Maduro es un mafioso al servicio de los carteles de la droga, de Cuba, de Rusia y ahora de Irán. Uno esperaría que este aterrador ataque de Hamas los haga al fin entender cómo se debe interactuar con ese régimen mafioso. Desafortunadamente, con Venezuela, y más cuando quienes están encargados del tema son tan incapaces, toca aplicar la ley de Murphy: “Si algo es susceptible de salir mal, saldrá mal”.

En este caso, por la historia y los responsables, habría que subirle el tono a esta ley de Murphy: como ya sabemos que las cosas van a salir mal, habría que decir que, en el caso de Maduro y la política del gobierno Biden, no solo todo va a salir mal, sino que “va a empeorar”.

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