Anatomía de la verdad

Esteban Ponce Tarré

Quito, Ecuador

“Détente, yo no lo maté”, le asegura Sandra Voyter (interpretada por Sandra Hüller) a Vincent Renzí (Swann Arlaud), su abogado defensor. “Ese no es el punto”, replica el jurista en Anatomía de una caída, la película galardonada con la Palma de Oro en Cannes el año anterior. En esta declaración resuena una pregunta fundamental: ¿Depende la realidad de un punto de vista? Justine Triet, la directora del filme,  teje magistralmente esta cuestión a lo largo de su obra, desafiando a las audiencias a reflexionar sobre la naturaleza de la verdad.

La película sumerge al espectador en la intensa batalla legal de un abogado por esclarecer un incidente entre una pareja de escritores. Este suceso, tan ambiguo y saturado de  puntos de vista divergentes, se convierte en un laberinto donde la línea entre lo real y la invención se difuminan, llegando incluso a sugerir que podría ser el resultado de la autoficción de uno de los novelistas. En este contexto, la cineasta francesa plantea, a través de un guion  excepcional, la dificultad de encontrar la autenticidad de un suceso, especialmente cuando está enmarcado por múltiples perspectivas y son escasos los testigos directos.

La intertextualidad del filme con obras cinematográficas previas que exploran temas similares añade una riqueza adicional a la película. Se vislumbran ecos de Testigo de cargo, el clásico dirigido por Billy Wilder en 1957, donde un  experto criminalista se enfrenta a la complejidad de construir una narrativa jurídica que no siempre refleja la verdad. Además, se rinde homenaje a Anatomía de un asesinato (Otto Preminger, 1959), obra en la cual un abogado se embarca en la tarea de crear una historia convincente para liberar a un presunto homicida.

Finalmente, se percibe la influencia de Instinto Básico de Paul Verhoeven, un filme de 1992 en el que una asesina, revelada como tal desde el inicio de la película, mantiene la incertidumbre sobre su culpabilidad a lo largo de la trama.

Dentro de estos márgenes,  la obra de Triet refleja cómo los conflictos para encontrar la verdad son un campo de batalla para juristas, comunicadores y cineastas. Cuando surge una disputa, tanto los abogados como los periodistas comparten un elemento crucial para descubrir la verdad: los hechos. Mientras que para un periodista la esencia de su profesión radica en capturar fielmente los sucesos que informa, para un abogado consiste en exponerlos tal y como son.

Ambas carreras convergen en la importancia de mantener la integridad y precisión al abordar un acontecimiento, requiriendo información respaldada por testimonios, entrevistas, fotografías y todo tipo de pruebas o documentos que contribuyan a reconstruir el pasado.   

El aforismo, atribuido a  Heráclito de Éfeso, “ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el río serán los mismos”, resalta la transitoriedad del presente y la efímera naturaleza de la existencia humana. Esta idea de la incapacidad para capturar el presente y la percepción subjetiva se refleja en la trama de Anatomía de una caída, donde la verdad es una entidad escurridiza, moldeada por diferentes interpretaciones y perspectivas.

En este mismo contexto, es relevante recordar las ideas de Michel Foucault quien postulaba que el lenguaje no solo comunica la verdad, sino que también la estructura y la produce. La directora francesa parece emplear esta noción para cuestionar, a través del lenguaje cinematográfico, las estructuras fundamentales de la justicia y los medios de comunicación, que a menudo moldean una realidad que es tan solo apariencia. De este modo, el filme hace reflexionar a las audiencias sobre cómo un veredicto judicial puede estar sujeto a una construcción de una narrativa, donde testimonios y pruebas pueden distorsionar la verdad objetiva.

En última instancia, la destreza de Triet como cineasta se hace evidente al explorar la ambigüedad inherente al  género de la obra que crea, convirtiendo así un thriller legal en un drama de relaciones personales. A través de la historia de un niño ciego y su perro guía, que simbolizan la búsqueda de la justicia, la francesa invita a adentrarse en las complejidades de la realidad.

Más que alcanzar la objetividad, la meta parece ser construir un discurso verosímil; un desafío compartido  por  abogados, periodistas, literatos y cineastas por igual. Este reto resalta la importancia de la interpretación en la comprensión y representación del mundo, enfatizando así el cruce interdisciplinario entre la justicia, los medios de comunicación y el arte.

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