De la banalidad a la complicidad con el mal

Esteban Ponce Tarré

Quito, Ecuador

El auge y popularidad del nazismo tras la Gran Guerra se atribuyen al oportunismo político y al fanatismo ideológico. Dos tenientes coroneles alemanes personificaron estas tendencias: Adolf Eichmann y Rudolf  Höss. Mientras Eichmann obedecía órdenes sin cuestionarlas  y carecía de espíritu crítico,  Höss actuaba de manera consciente desde su perspectiva radical, considerando la patria como una especie de religión.

Ambos buscaban ascender socialmente y mantenerse dentro de las élites de la sociedad alemana, durante el genocidio judío. La zona de interés de Jonathan Glazer explora estas dinámicas a través de la mirada de una familia nazi aparentemente común, que reside junto a un campo de concentración, reviviendo así la reflexión sobre las causas y consecuencias del Holocausto. De esta manera, el filme se convierte en una metáfora que pone de relieve cuestiones de sorprendente actualidad.

En su libro de 1963, Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal, la filósofa Hannah Arendt, sostiene que el teniente coronel alemán Adolf Eichmann, una figura clave en la implementación de la “Solución Final”, nunca estuvo enceguecido ni por el fanatismo, ni por un odio desmedido hacia los judíos. 

Eichmann simplemente se veía a sí mismo como una pieza más dentro de la maquinaria nazi, destinado a cumplir las órdenes que recibía sin contradecirlas. Esta sumisión le otorgaba reconocimiento social y estatus en la Alemania de su época. En consecuencia, actuaba sin pensamiento crítico, careciendo de juicio propio sobre las operaciones que realizaba u ordenaba ejecutar. Es por eso que el análisis de este personaje permitió a Arendt desarrollar su célebre teoría sobre la responsabilidad individual de los actos siniestros perpetrados por los miembros de las SS.

En esas prácticas, también sobresalía otro teniente coronel llamado Rudolf Höss, quien  ocupó el cargo de comandante del campo de concentración de Auschwitz.

Sin embargo, Höss se diferenciaba de Eichmann por su ferviente fanatismo. En su obra autobiográfica Yo, comandante de Auschwitz, publicada en 1951, narra cómo en su juventud llegó a matar a una persona porque dudaba de su lealtad patriótica. Höss, un devoto católico, adoptó la estrategia nazi de deshumanizar a las víctimas. Para él, una vez privados de su humanidad, los judíos no merecían compasión y sus vidas eran menos valiosas que las de las bestias.

Conocido como el animal de Auschwitz, mantuvo un profundo antisemitismo que nunca logró superar. Sus actos nunca fueron triviales ni carentes de reflexión; operaba de manera consciente, convencido de que todo lo que hacía le reportaría grandes beneficios y un lugar privilegiado en la sociedad.

Bajo estas perspectivas es crucial profundizar en el argumento de la película La Zona de interés, que muestra la vida placentera de una familia responsable de los asesinatos de Auschwitz. ¿Representa la experiencia de este grupo simplemente una manifestación de la banalidad del mal? ¿Actuaron sin ejercer un pensamiento crítico? ¿Su conducta denota complicidad al mantener su estatus y privilegios en su zona de confort, incluso eludiendo la responsabilidad por los actos de sus líderes?

Es relevante destacar que la obra cinematográfica se basa en un libro inspirado en la vida familiar de Höss durante su mandato como comandante del campo de exterminio. Según testimonios de su hija menor, para la familia, este oficial nazi era un ser ejemplar, quien justificó sus acciones bajo la coacción de las órdenes recibidas.

Desde su perspectiva propia, el filme interpela a las audiencias sobre la implicación  de los responsables del Holocausto, cuestionando hasta qué punto aquellos que ignoraron sus atrocidades compartieron la culpa. La obra retrata con precisión tanto el oportunismo social como el  político encarnado por Rudolf y Hedwig Höss (interpretados por Christian Friedel y Sandra Hüller), una pareja que escoge preservar su aburrida e idílica vida familiar a cualquier costo.

El director ilustra así la ceguera voluntaria y consciente de muchos fanáticos cómplices de las barbaries del Holocausto, quienes actuaron con ansias de estatus social y en pos de su propia comodidad. Además,  aunque enraizada en un contexto específico, la película se erige como una metáfora contemporánea de cómo la gente oportunista  puede cometer cualquier crimen en su búsqueda de metas particulares

Bajo esta mirada, La zona de interés no solo interpela un hecho histórico, sino que también emite una poderosa advertencia sobre el  presente, donde conflictos bélicos como el ruso -ucraniano y el palestino -israelí plantean dilemas morales urgentes.

El mundo aún enfrenta a la banalidad, el oportunismo y el fanatismo, lo que lo aleja cada vez más de su verdadera humanidad. En  muchos casos, la comodidad y la apatía de una parte de la población global impiden la búsqueda de soluciones efectivas para los conflictos contemporáneos, prefiriendo mantener  la tranquilidad y prosperidad de unos pocos a expensas de ignorar estas disyuntivas.

Tales situaciones subrayan la relevancia de películas como la de Glazer, que instan a pensar una vez más en el genocidio judío y las lecciones aún pendientes por  aprender de esa tragedia.  

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