Rochester, Estados Unidos
Escuchaba ayer un programa de la televisión francesa, que en forma didáctica y amena, cuestionaba las actuales relaciones de pareja, sus mitos, sus excesos y el daño que hacen a la vida emocional de los involucrados.
Lo primero fue desmontar la convicción que la independencia a rajatabla de los integrantes de la nueva pareja es el mejor camino para alcanzar la felicidad.
Por lo tanto, la realización personal y la auto suficiencia son más importantes que el vínculo amoroso, ya que el involucrarse es un riesgo serio por la dependencia que implica.
En forma muy clara e inteligente, los panelistas fueron deconstruyendo el discurso de moda para volver a lo básico y cuasi olvidado.
Afirmaron finalmente que la felicidad no depende de la independencia personal, sino de la calidad de las relaciones que se establezcan con la contraparte.
La verdadera cercanía emocional, decían, parte de la valoración de la pareja, de su aceptación a la dependencia, de la construcción de un pacto consciente contra la soledad y el auto engaño individualista.
Se resaltaba entonces la importancia de crear vínculos reales y permanentes en contraste con los romances en boga, inducidos a través de códigos y acercamientos superficiales, de una magia dudosa. Se abogaba más bien por un diálogo sin temores, que tan poco se estila ahora y que deviene en un vacío arrollador cuando se trata de consolidar las relaciones.
Nada más pernicioso que iniciar una relación sobre valores pseudo adquiridos, sin bases reales, sobre fantasías, premisas y expectativas propias sin validaciones externas.
Nada más delirante que creer que la otra persona debe adaptarse a esos conceptos sin una real conexión, un diálogo honesto y un periodo de adaptación conjunto.
Es la época de lo instantáneo, la química y las energías, la plástica para mantener la apariencia y la cultura de lo desechable como premisa de la relación.
Lo obvio es que aquella se inicie y se agote en un abrir y cerrar de ojos, con la decepción reiterada de los participantes.
Criticaron además el mal uso de los libros de auto ayuda, que contribuyen a aumentar esa barrera de egoísmo y auto suficiencia para el individuo, que lo obligan a escucharse a sí mismo y despojarse de la más elemental empatía para dialogar con el otro.
El resultado en el corto plazo es una aparente sensación de alivio por «haberse salvado» de las consecuencias de una mala relación, pero en el mediano plazo solo ahonda la sensación de soledad y fracaso que agobia a las parejas.
La gran conclusión, quizás sorpresiva pero lógica, fue que hay que volver al diálogo como requisito inicial, a los valores, al tiempo para conocerse, a la honradez plena, sin saltarse etapas ni destruir a la pareja en el proceso, por culpa de ansiedades, soledad o complejos.
Finalmente, es en una relación de pareja donde se develan los sentimientos y valores más íntimos de cada integrante, que los aportan como un don a ese vínculo en proceso de formación.
Si no enfrentan sus carencias, el fracaso está garantizado.
Una lección a aprender para mitigar el caos y la desconexión, que parece haber invadido nuestro espacio emocional y cuyas falencias respiramos a diario.