Guayaquil, Ecuador
En los noventa, una frase cotidiana resonaba en muchas familias ecuatorianas, las madres de familia diciendo «en la casa hay sopa». Para los niños que buscaban un capricho fuera de casa, esta frase era el recordatorio de que no todo lo que se desea se puede obtener, especialmente cuando los recursos son limitados.
Hoy, esa misma lección debería resonar en las oficinas del Gobierno Nacional. En un panorama económico complejo donde cada centavo cuenta, derrochar el presupuesto público es como ignorar la sopa lista en casa para ir a comprar comida costosa fuera.
El paralelo es claro: al igual que las madres de antaño cuidaban cada centavo para alimentar a sus familias, el gobierno debe administrar con responsabilidad los recursos del país. No se trata de negar necesidades reales, sino de priorizar y discernir entre lo esencial y lo superfluo.
La frase «En la casa hay sopa» nos recuerda la importancia del ahorro y la prudencia financiera. Es un llamado a evitar los gastos innecesarios y a pensar dos veces antes de abrir la billetera del contribuyente. ¿Realmente necesitamos que exista ese ministerio ineficiente, esa secretaría inoperante, esa empresa pública quebrada, ese evento intrascendente, ese subsidio distorsionador? Y todo eso financiado con la subida de impuestos.
La ironía de la situación es evidente: mientras en seguridad, salud, y educación claman por más fondos y recursos, otros malgastan lo que ya está disponible. Es hora de actuar con la misma sabiduría de una ama de casa ecuatoriana, diciendo con firmeza y claridad: «No, en la casa hay sopa». Es momento de ser responsables, prudentes y conscientes de la realidad económica que enfrentamos.
Hay que aplicar la misma lógica de ahorro y priorización que nos enseñaron nuestras madres, adaptándola al ámbito de las finanzas públicas para construir un futuro más sostenible y próspero para todos.
