Quito, Ecuador
O sea, la industria del espectáculo y la industria de la impunidad; la farándula y la leguleyada unidas por el crimen organizado. Los criminales necesitan de los abogados, más que para que los defiendan, para que corrompan la justicia; y de las divas, porque les permiten realizar sus ideales estéticos y de estilo de vida. Emma Coronel, la esposa del “Chapo Guzmán”, es una exreina de belleza; Carolina Jaume, actriz y presentadora de televisión, guardaba una libreta con los nombres de los operadores de Javier Jordán, lavador de dinero del extinto capo del narcotráfico, Leandro Norero; el abogado narco y jefe de sicarios, Fabián Campozano, es pareja de María Fernanda Pincay, modelo y exchica reality.
Sentada en la sala de espera del juzgado, sin maquillaje, tacones, ni ropa de marca, pero con casco y vestimenta de presidiaria, Mayra Salazar no aparenta ser la persona que todos conocemos: la relacionadora pública del narco. ¿Y Cristina Reyes, su amiga? ¿Quién mismo es Cristina, la aspirante socialcristiana a la presidencia de la república?
Las divas, los criminales, los abogados comparten el gusto por el lujo y un afán desmesurado por conseguir reconocimiento social. Las divas quieren que se hable de ellas y les pidan autógrafos en los centros comerciales; los abogados quieren exhibir sus riquezas en las redes sociodigitales y despertar la envidia de quienes lean sus publicaciones; los criminales, que los respeten, aunque ese respeto se base en el miedo.
Ser vistos, respetados, envidiados, es, según parece, un fuerte estímulo para optar por el crimen, eso, y una gran indiferencia o desprecio por las reglas establecidas.
No sé cuándo comenzó el culto a la adrenalina, palabra que se ha convertido en un tópico de la conversación cotidiana. El culto a la adrenalina es el culto a lo extremo. Y vivir en el extremo es el ideal de vida que se ha impuesto en nuestras sociedades: para eso sirven las drogas, las amistades peligrosas y los energizantes.
Seguir este ideal lleva a las personas a vivir más allá de sus posibilidades: eso hacen las divas. Y, para adoptar un estilo de vida acorde con los parámetros del mundo del espectáculo, en el que la apariencia es el valor sumo, han contado con los recursos de gente como Pablo Muentes, Fabián Campozano o Javier Jordán.
Poco tenemos que admirar en nuestro país, así que, frente a esta carencia y a nuestra inopia cultural, no es extraño que terminemos admirando a las irrisorias figuras de la farándula autóctona y, siendo eso lo admirable, tampoco debe sorprendernos que la cultura narco haya echado raíces en Ecuador.
Al narco no hay que enfrentarlo solo en el campo de la justicia, también hay que enfrentarlo en el ámbito cultural.