Quito, Ecuador
Guerra Civil, la película de Alex Garland, ha logrado convertirse en un éxito en la taquilla a nivel mundial. No obstante, su impacto va más allá de lo meramente comercial, ya que ha generado una profunda reflexión en torno a su trama central. La producción ha provocado una serie de artículos de opinión en medios tan prestigiosos como el New York Times, así como comentarios políticos en plataformas noticiosas destacadas como la de El Clarín de Argentina y El País de Uruguay.
Pero, ¿qué es lo que hace que esta obra sea tan apreciada entre una serie de producciones cinematográficas distópicas?
En primer lugar, es crucial comprender el valor cultural presente en las distopías. Estas narrativas, que pintan escenarios imaginarios con desafíos extremos, suelen reflejar preocupaciones contemporáneas.
En el séptimo arte, un hito inicial de este tipo de producciones fue Metrópolis de Fritz Lang. En 1927, el realizador austriaco de este filme exploró la ansiedad de la humanidad ante el uso desmedido de la tecnología y la creciente estratificación social, problemas que aún persisten en la actualidad.
Después de este referente mundial, el camino del cine distópico se extendió ampliamente, destacándose ciertos filmes que reflejan inquietudes generales de gran relevancia presente. El director John Carpenter, tanto en Escape de Nueva York (1981) como en Escape de L.A (1996), abordó temas como el desarrollo urbano descontrolado, la violencia, la marginalización y la criminalización de las comunidades pobres en las metrópolis.
Por su parte, Alfonso Cuarón, en Los hijos de los hombres (2006), mostró un mundo sumido en el caos debido a una crisis de infertilidad, donde la xenofobia, los conflictos armados y la represión de las libertades civiles se convierten en problemas cotidianos. Más aún, la película La Purga, dirigida por James de Mónaco en 2013, y sus secuelas reflexionan sobre la naturaleza humana y los impulsos que podrían aparecer en los hombres cuando se eliminan las restricciones legales y morales dentro del Estado.
De ahí que estos ejemplos ratifiquen cómo una distopía puede servir como advertencia sobre el futuro y también invite a reflexionar sobre el presente.
En los Estados Unidos, en un año electoral de un país que se ha visto marcado históricamente por un ataque de fanáticos a símbolos democráticos tan importantes como el Capitolio y con brotes recurrentes de violencia alegórica y social, Guerra Civil ilustra la polarización de una de las naciones más poderosas del mundo.
En su artículo para el New York Times, la columnista Michel Goldberg explica que en una encuesta de 2022, al menos el cuarenta y tres por ciento de los estadounidenses consideraba altamente probable la ocurrencia de una guerra civil en su nación durante la próxima década. Estos datos, en sintonía con la visión de Garland sobre la fragmentación social, subrayan la profunda división en la que se encuentra ese país.
Para el realizador inglés, como lo expresó en una reciente entrevista con El Clarín de Buenos Aires, quizás el único freno que pueda limitar este fenómeno sea una prensa que ejerza su oficio de una manera profesional y comprometida. Es precisamente en este ámbito donde el británico encuentra a los héroes de su relato. Así, percibe en el periodismo un antídoto contra el extremismo y el autoritarismo. El cineasta retrata a reporteros de la vieja escuela que buscan narrar la verdad de los hechos con la mayor objetividad posible, razón por la cual en su relato no se detiene en explicar las causas que originaron el conflicto que divide a la nación.
Cabe destacar que Guerra Civil se convierte en un llamado de atención, no solo a los Estados Unidos, sino a todos aquellos países que enfrentan situaciones similares. El relato cinematográfico del inglés construye una potente amonestación sobre los inconvenientes de la radicalización política y social de las naciones en el siglo XXI, al tiempo que insta al periodismo responsable a abordar estas problemáticas.