‘Non sub homine…’

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Non sub homine sed suv deo et lege. Esta expresión en latín, que literalmente significa en español “No bajo el hombre, sino bajo Dios y la ley”, se encuentra estampada en el frontispicio del imponente edificio que alberga la enorme y afamada biblioteca de la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard. No bajo el gobierno de los hombres, solo bajo el gobierno de Dios y del derecho, resume el ideal de una sociedad organizada por leyes, por esa voluntad general de la que hablaba Rousseau, probablemente con demasiada pasión, y no bajo el capricho o deseos de los individuos, por muy sabios o violentos que sean.

Es el proyecto que heredamos de la Ilustración y que ha demostrado una admirable vitalidad. Un ideal que fue y es el corolario histórico de la democracia; una visión que una y otra vez ha resurgido como guía en nuestro camino hacia la libertad, luego de haber sido aplastada en manos de caudillos, dictadores autócratas o tiranillos, de derecha o de izquierda, demagogos contumaces que encandilan a las masas mientras les sirven, para luego dejarlas en el abismo de la miseria, esclavizadas y olvidadas.

Ese ideal de una sociedad democrática, sometida al imperio de la ley, y no de los individuos, y que no solo responde a una aspiración política, sino que es la condición necesaria para un crecimiento económico sostenible y equitativo, hoy se encuentra asediado. Un asedio que proviene de varios flancos, un ataque que se construye en ocasiones de forma sigilosa, en los despachos de burócratas, presidentes o legisladores, empeñados en minar el Estado de derecho con grotescas interpretaciones de la ley que se acomoden a los deseos del poder de turno sin importarles las consecuencias, y en otras ocasiones esos ataques vienen de manera descarada, al abierto y en descampado.

En el primer caso basta recordar cómo años atrás, de manera solapada y ladina, los altos funcionarios de El Salvador, desde su procurador hasta los responsables del organismo electoral, manipularon la ley de tal forma y con tanta audacia para decir que la reelección del actual presidente era permitida por la constitución de esa nación cuando en esta decía claramente lo contrario, y como una vez en el poder el hoy ungido jefe de Estado, vestido al viejo estilo de los Somozas y Trujillos, ha ido eliminando todo vestigio de oposición y democracia a fuer de combatir a los pandilleros callejeros. O el otro caso, no menos grave, de las escandalosas desapariciones de disidentes rusos que extrañamente fallecen uno tras otro en accidentes, suicidios, envenenamientos y otras circunstancias extrañas propias de la corte imperial de Calígula.

Todas estas acciones van socavando ese proyecto de una sociedad civilizada, de una sociedad democrática, todas ellas llevan en común la transmutación de la autoridad sometida a la ley hacia un poder sin fronteras sometido a los humores, complejos o vanidad de un individuo. Una sociedad moderna no se caracteriza por políticos que infundan miedo y menos que causen obediencia ciega, sino por líderes que inspiren respeto por sus valores, admiración por su tolerancia y reconocimiento por su formación. Que faciliten la adhesión de voluntades sin imponer la suya en la prosecución de una vida digna para todos.

El reelegido presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el 1 de junio de 2024, día de su posesión.

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