Robot Dreams (2023)

Andrés Cárdenas Matute

Quito, Ecuador

La abstracción obliga a llegar de manera más directa a las emociones. En el caso de “Robot Dreams” (2023), la última película del español Pablo Berger, estrenada en Cannes el año pasado, la abstracción es doble: no experimentamos físicamente la realidad, ya que se trata de una animación, ni tenemos diálogos, ya que el audio está constituido solamente por música y sonidos.

Así entonces, en un mundo de animales dibujados que viven en Nueva York de los años 80, quizás es más eficaz hablar de amistades, rupturas y recomienzos. En algunos países la soledad está siendo tratada ya como un problema de salud pública. Se habla de la epidemia silenciosa, que toma fuerza de nuestras rutinas, de las cosas a las que otorgamos valor, o de dificultades sociales que se van consolidando con el tiempo.

Ahí está Dog, el personaje principal, cansado de jugar videojuegos, de calentar comida rápida, imaginando que todos a su alrededor tienen la vida social –también el amor– de la que él carece. Cuando compra un robot para que le haga compañía, puede parecer que la historia derivará hacia los afectos a la carta o hacia la hipótesis de perder soledad por dinero. Pero no es así.

La historia de Berger –que en realidad adapta el cómic de Sara Varon y que estuvo nominada a los Oscar– es mucho más clásica y, por eso, siempre moderna: el destino obliga a que, después de un intenso inicio, no se dé la relación perro-robot; y ese mismo destino, por si fuera poco, los pone en nuevas relaciones.

“September”, la canción de Earth, Wind & Fire es la que en su momento acompañó a la alegría y, como siempre sucede, en otro momento generará la nostalgia: “Say, do you remember?”. En Robot Dreams se puede recordar para continuar; se puede recordar sin atrapar al otro para siempre.

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