La impunidad que nos asfixia

Gustavo Izurieta

Guayaquil, Ecuador

En la actualidad, el fenómeno del “Mirrey” en México no es solo una caricatura, sino un espejo deformado que refleja un problema mucho más profundo y extendido en América Latina. Estos personajes, hijos de la corrupción, son una versión moderna y exacerbada de los antiguos «Juniors». Pero a diferencia de sus predecesores, que ocultaban su lujo, los “Mirreyes” desfilan su opulencia con desdén, ostentando su riqueza y poder en las redes sociales y en los espacios públicos sin pudor alguno.

Estos “Mirreyes” no solo representan el triunfo del dinero rápido y mal habido, sino también la impunidad en su máxima expresión. Su riqueza, en la mayoría de los casos, no proviene del trabajo duro o de la innovación, sino de un sistema corrupto que recompensa la falta de escrúpulos y penaliza el mérito. Precisamente, esta ostentación desmedida es la que les asegura una especie de inmunidad: cuanto más visibles son, más intocables se vuelven, gracias a sus conexiones con el poder político y económico.

En Ecuador, el espectáculo de la impunidad es tan familiar como desalentador. Aquí, la exhibición de riqueza no es solo una moda, sino una estrategia de supervivencia. El sistema está diseñado para favorecer a quienes pueden mostrar su poder económico, mientras que las autoridades miran hacia otro lado o, peor aún, colaboran activamente en la perpetuación de este ciclo de corrupción.

Lastimosamente, la movilidad social en Ecuador está rota. Se parece bastante a un ascensor dañado que impide a los más desfavorecidos crecer por sus propios méritos. Nacer en un entorno de escasos recursos significa, en la mayoría de los casos, estar condenado a permanecer allí. Las oportunidades de progreso son prácticamente inexistentes para quienes no forman parte de la élite económica. En lugar de promover un sistema que recompense el esfuerzo y el talento, el Ecuador de estos tiempos premia a los herederos de fortunas construidas sobre cimientos corruptos.

Pareciera como si los políticos estuviesen obsesionados con que este sea el destino del Ecuador. Un país donde la riqueza mal habida y la ostentación desmedida son las llaves para abrir todas las puertas, mientras que el mérito y el esfuerzo son ignorados. Es imperativo que enfrentemos de manera frontal la corrupción que alimenta esta tragedia.

En Ecuador hay que trabajar por un sistema que garantice la igualdad ante la ley. Además, es fundamental comprender que la verdadera riqueza de un país se mide por las oportunidades que ofrece a sus ciudadanos para prosperar a través de su esfuerzo y talento. Es hora de reparar este ascensor dañado y permitir que todos los ecuatorianos tengan la oportunidad de prosperar. Solo así podremos construir un país más justo, donde la impunidad y la ostentación no sean los valores que definan nuestro futuro.

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