Guayaquil, Ecuador
El país ciertamente ha ganado impidiéndole a Correa tener a un alfil en Carondelet por treinta días, pero el Ecuador nuevamente ha sido vencido debido a los caminos por los que se transitaron. Como que nadie se da cuenta de cómo el correísmo ha logrado copar la semántica del discurso público. Correa probablemente debe estar satisfecho de que hoy buena parte de la dirigencia política que dice oponerse a él ha terminado pensando como él, adoptando su lógica y su desdén por la razón.
Como será su omnipresencia que hasta se invocaron como sustento de opiniones que aspiran ser serias, lo que en su momento él hizo o no hizo, y lo que la corte constitucional corrupta que tuvo a su disposición supuestamente dijo en una sentencia, y que seguramente se la enviaron ya lista en un pendrive; que es ahora como se dictan la mayoría de las sentencias.
Es como si hoy en Alemania alguien invoque como precedente una resolución del Reichsgericht nazi. ¿Hasta ese punto hemos llegado? ¿Hasta ese extremo ha logrado Correa dominar la escena, que ahora él es un referente de nuestras decisiones, que se justifican invocando las suyas?
La prudencia, la razonabilidad en el debate de asuntos de interés público, en la lectura de la Constitución, en la aplicación de la ley, en la forma como debatimos y como nos escuchamos los unos a los otros, todo ello ha sido sepultado por un frenesí arrollador que ciega a su paso todo rasgo mínimo de seriedad.
Flota una suerte de fanatismo que obnubila a todo el que se acerque al fuego de las verdades que cada bando ha forjado para tratar de reclutarnos a los ecuatorianos en sus legiones. Da la impresión de que no era contra la dictadura y el abuso contra lo que tanto se batalló por más de una década. Que el problema era más bien el caudillo, no el caudillismo. Tomen nota. Desde ahora los vicepresidentes podrán ser cesados en sus funciones por el Ministerio del Trabajo acusándolos de llegar tarde a sus oficinas o por no hacer lo que le ordenan sin importar lo insensato del encargo.
Es más, en el futuro un presidente podrá designar a su arbitrio a cualquier ciudadano como vicepresidente de la República, sin que haya sido elegido en comicios populares o, sin que el órgano parlamentario lo haya nombrado en los casos que la Constitución lo contempla. Todo vale. Nada vale. Todo depende de quién se podría beneficiar, o quién se podría perjudicar. Ese cálculo es el que lo decide todo. No lo pactado como ley. Esta se aplica a unos y no a otros. Hoy sí, mañana no.
El Ecuador sigue rindiéndole culto a los individuos, no a las instituciones y menos al derecho. De todo esto toman nota los fondos de inversión, las multinacionales, las financieras extranjeras, los demás gobiernos y los organismos internacionales.
Todo este laberinto –remover de su cargo a una vicepresidenta bajo la acusación de ser correísta, para designar por decreto a otra correísta–, tiene como único efecto, buscado o no por sus autores, el de distraer a una población que se hunde en la pobreza más espantosa. Mientras tanto los cuatro niños negros que fueron secuestrados por el Estado, y que luego fueron asesinados, y sobre cuyos cadáveres alguien roció gasolina para luego prenderles fuego a sus cuerpos, esos niños negros y pobres, van camino al olvido; a su segunda muerte.