El Museo Etnográfico Tsáchila

El Museo Etnográfico Tsáchila se encuentra a un costado del km 7 de la vía Santo Domingo-Quevedo. Desde 1995, buscan compartir su historia, cultura y tradiciones como un museo viviente, dice Calazacón, uno de los creadores del museo, según un reportaje de diario El Comercio.

Los tsáchilas están ahí; descalzos sobre la tierra, con el torso descubierto y lanzas en las manos. Vivos para conocerlos de cerca. No hace falta hurgar en álbumes de fotografías en blanco y negro para saber más sobre su cultura. Tampoco acercarse a las vitrinas iluminadas de una galería para diferenciar de qué están hechos los collares que llevan puestos.

“Son semillas silvestres y dientes de saíno (cerdo salvaje) atados con hilo negro”, dice el tsáchila Augusto Calazacón, de 56 años. Cuando camina por los senderos de su comuna Chigüilpe, en Santo Domingo, se escucha el sonido de las semillas rojas y negras chocando sobre su cuello. “Sirven para protegernos de las malas energías”, comenta.

Calazacón se abre paso entre las ramas de los árboles y llega hasta una choza subterránea. Baja cinco gradas de tierra e ingresa al santuario. Ahí se realizan las ceremonias y ritos de limpieza espiritual. Es un agujero de unos 6 metros de diámetro, cubierto por un techo de paja que forma una pirámide. El olor a tierra húmeda prima en el oscuro interior. La luz de una vela blanca apenas permite distinguir las rocas consideradas sagradas para los tsáchilas y las hojas de plantas a las que atribuyen poderes curativos.

La flor del sopotede sirve para ahuyentar a las serpientes, el sanchui trata la diabetes, el senco es efectivo para las infecciones intestinales. También se utiliza para aliñar alimentos. El senco es una corteza de bejuco que tiene un brioso olor, parecido al del ajo.

El achiote, en cambio, es sagrado para los tsáchilas. Además de usarlo como antiinflamatorio y antiséptico natural, simboliza la vida del pueblo y los antepasados. “Representa el color rojo de la sangre que recorre nuestro ser”, refiere Mateo Calazacón, guía del Museo Tsáchila.

Por ello también pintan su cabello con la semilla. Ahí -sigue- la vida se junta con la sabiduría. El corte de cabello, triangular y en punta hacia la frente, es una evocación a la forma que tiene el fruto del achiote.

Las marcas negras que adornan su cuerpo están vinculadas a su pasado. “Simbolizan los caminos que han tenido que recorrer nuestros ancestros. Por eso, algunas tienen la forma de montañas. Los puntos negros en el rostro, en cambio, son en alusión a la viruela que segó la vida de unos 6 000 tsáchilas, en distintos puntos del país”, dice el guía.

Actualmente hay unos 2 500 tsáchilas en Santo Domingo. “Pero hay indicios de que también hubo tsáchilas en Pichincha (Puerto Quito), Manabí y Cotopaxi”, según Augusto Calazacón.

“Nosotros participamos en un estudio antropológico que implicó el rescate de nuestra historia, con base a los testimonios de los tsáchilas más antiguos. Ellos nos contaron que hubo al menos 10 apellidos tsáchilas”.

Ahora -agrega- se conocen básicamente Calazacón y Aguavil, pero hubo Zaracay, Alopí y Málaba. Estos últimos eran de Bahía de Caráquez. “Muchas comunidades desaparecieron por causa de enfermedades como la fiebre amarilla y la viruela, pero también los grupos evangelizadores se encargaron de terminar con la descendencia”.

“Ellos esterilizaron a las mujeres”, dice Myriam Calazacón. La tsáchila muestra una cuna artesanal que sus ancestros utilizaban en la selva antes de la arremetida “civilizatoria”. Es una tela de algodón gruesa que cuelga de un bejuco, como una hamaca. También tenían andadores para los niños, hechos con cortezas de árbol.

Los vestían con prendas tejidas a mano, en telares. Las mujeres usan hasta hoy faldas largas con líneas vistosas. Se las conoce como ‘tunán’ y son de varios colores vistosos. Las faldas de los hombres (‘mampe tsanpá’) son menos llamativas: azul o negra con líneas delgadas blancas. Sus antepasados no se cubrían el pecho con telas finas de paño como ocurre hoy. Apenas tenían pesados collares conocidos como ‘win’, que en su lengua tradicional, el tsafiqui, significa collar de mullos.

Más sobre el museo

El Museo Etnográfico Tsáchila se sostiene con los aportes de los visitantes. Se cobra USD 3 por persona y el recorrido para conocer la historia de este pueblo dura unos 40 minutos.

Quienes llegan a este espacio de exhibición pueden conocer cómo se prepara la chicha de yuca y maíz, que es la bebida tradicional de los tsáchilas.

La marimba y el tambor son los instrumentos principales con los que se crea la música tsáchila. Son cánticos de agradecimiento a la naturaleza por los dones recibidos.

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