John P. Davidson aborda en una novela la «tragedia» del asesino de Trotsky

CIUDAD DE MÉXICO (MÉXICO), 16/08/2016.- Fotografía del 16 de agosto de 2016, del escritor estadounidense John Davidson, quien posa durante una entrevista para la agencia Efe en Ciudad de México (México). La "gran tragedia" de Ramón Mercader es que, a pesar de haber pasado a la historia como el homicida de León Trotsky, fue forzado a cometer su crimen, asegura John P. Davidson, autor de la novela "El asesino obediente". EFE/Sáshenka Gutiérrez

México, (EFE).- La «gran tragedia» de Ramón Mercader es que, a pesar de haber pasado a la historia como el homicida de León Trotsky, fue forzado a cometer su crimen, asegura John P. Davidson, autor de la novela «El asesino obediente».

En esta novela, el escritor estadounidense sigue los pasos del español Mercader, desde que recibe la invitación para formar parte del complot estalinista que acabaría con la vida de Trotsky hasta que finalmente comete el ataque el 20 de agosto de 1940 en la casa del político exiliado en Coyoacán, en la Ciudad de México.

«Él no creía que Trotsky era peligroso, un problema, que era necesario matarlo», como proclamaba el régimen de Stalin, afirma Davidson en una entrevista con Efe.

Porque, al fin y al cabo, el español tuvo la posibilidad de conocer el círculo del político e incluso al propio Trotsky, por lo que «pudo ver que no era un monstruo» y acabó mostrando su disconformidad con el asesinato.

El homicidio fue configurado, en un principio, como un operativo que involucraría a varias personas, entre ellas el artista David Alfaro Siqueiros, pero tras el fracaso del primer intento, a Mercader se le asignó la tarea de matar al ruso en solitario.

«Ramón no era asesino, posiblemente había matado a alguien en la Guerra Civil de España, pero a sangre fría no habría matado», defiende el autor, remarcando que al inicio él no sabía que iba a ser el homicida.

En el español tuvo una gran influencia su madre, Caridad del Río, con quien mantenía una conexión «muy intensa» que comenzó cuando era niño.

Caridad «creía que los individuos no son importantes, que la revolución es más importante y, si hay que morir, entonces lo haces, como su otro hijo (Pablo), que murió en España», comenta Davidson.

Los tiempos del operativo estaban planeados estratégicamente, dado que Stalin escogió el momento para que los bombardeos en Inglaterra sucedieran justo después del crimen y este no llegara a las portadas.

Además, hubo acciones propagandísticas en México para poner a la opinión pública en contra del político, de quien se dijo que era «fascista y terrorista». Esto respondía a la directriz estalinista de que antes de matar a alguien hay que matar su reputación, apunta el autor.

Pese a la planificación, que llevó un par de años a la espera del «momento correcto», el primer intento, considera el estadounidense, fue «muy torpe».

Siqueiros, quien entró en la habitación donde estaba durmiendo el ruso con su esposa, Natalia Sedova, y efectuó varios disparos, «podría haber matado a Trotsky», pero «no prendió la luz y salió sin saber si lo había hecho».

El acto resultó fallido porque tanto Trotsky como Sedova se resguardaron a un lado de la habitación, lo que los dejó a salvo de los disparos.

Tuvieron que pasar semanas para que se celebrara el segundo intento a manos de Mercader, por el cual el ruso falleció al día siguiente.

Sobre lo ocurrido el 20 de agosto hay «muchos mitos» y aspectos que falta por conocer, como dónde está el piolet con el que Mercader atacó a Trotsky y por qué eligió esta herramienta para cometer el asesinato, ejemplifica el autor.

El ruso sospechaba que Mercader -quien se presentaba bajo una identidad falsa- no era quien decía ser y «posiblemente era un asesino», pero no se sabe por qué no dio la orden a sus guardas de que no le permitieran el paso a la casa, añade.

Asimismo, señala Davidson, Mercader tenía a tanta gente a su alrededor y estaba «tan bien vigilado» que es una incógnita «por qué no se notaba que Ramón estaba cambiando su versión de la historia», con la que se refugiaba bajo el nombre de Jacques Mornard y se hacía pasar por belga. EFE (I)

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