Laura Restrepo, el pecado, y «El Jardín de las Delicias»

"Pecado", de Laura Restrepo. Foto: .montevideo.com.uy

Guayaquil.- Esta artículo viene a ser la victoria sobre una entrevista imposible con Laura Restrepo, invitada a la Feria del Libro de Guayaquil 2016. Aunque la hora y la fecha estaban fijadas (Hotel Hilton Colón, 7 de septiembre, 9h30), una serie de impredecibles obstáculos empezaron a aparecer en nuestro camino desde el primer minuto de la cita, hasta que parecíamos en medio de una comedia de enredos. Y si no fuera por la bondad de Laura, mi tesón (no soy de las que se desaniman), y mi formación de abogada, que siempre aparece en los momentos cruciales, (les aseguré a los señores de Expoplaza y de la editorial Random House que si no me permitían entrevistarla me provocarían un daño moral irreversible), no lo hubiera conseguido.

Laura es autora de libros como «La novia oscura», «Leopardo al sol», «Demasiados héroes», «Dulce compañía», «Delirio», que ganó el Premio Alfaguara 2004.

Ella ha usado para abordar la idea de «El Mal» un ícono de la cultura occidental, «El jardín de las delicias», del artista Hieronymus Bosch (El Bosco), un tríptico que contiene la gesta del pecado original, y forma parte de la exposición permanente del Museo del Prado, de Madrid.

Actualmente, vive feliz en el campo de España, cerca de Barcelona, con su hijo Pedro y su compañero. Sólo sale de allí para eventos como esta feria.

MR: Este libro es sobre el tema de «El Mal», pero también, como dijo Elena Poniatowska en la presentación del libro en Ciudad de México,  usted narra los delitos de forma que uno termina bailando los crímenes.

Laura: Mira, el mal como tema literario tiene su encanto, suscita pasiones, como todo monstruo tiene su encanto, Víctor Hugo decía que todo monstruo tiene un destello de infinito. Y, desde luego, el mal produce esa fascinación, de ahí la cantidad de libros, de películas que giran en torno del mal. Yo creo que esa fascinación también tiene que ver con que nos aterroriza.

Todos los personajes de la novela, por una u otra circunstancia, se ven abocados a atravesar todas esas aguas oscuras, tan difíciles de lo que llamamos «El Mal». Ahora, ¿cómo lo enfrentas?, yo creo que la manera como yo he intentado hacerlo es como lo he hecho con todos mis libros, desde un punto de vista humano, el ser humano con todas sus deficiencias y con todas sus grandezas, y esa mezcla siempre suscita humor, cuando hay una mirada compasiva, benevolente, alegre. Yo le tengo al ser humano mucho cariño, respeto, aunque sé de las grandes fallas que podemos cometer y que permanentemente estamos cometiendo, yo tengo fe en el ser humano y esa fe suscita humor, porque está mirado con benevolencia.

De lo que podrían ser grandes metidas de pata, o grandes horrores, en la medida en que tú comprendes las cosas van cambiando, por ejemplo Emma, la muchacha que descuartiza al novio, y que aparecía en las reseñas de prensa como un monstruo, al conversar con ella la periodista de la novela descubre los motivos que tenía, que quizás no eran tan monstruosos como parecían inicialmente.

Entonces, un poco la idea del libro era no juzgar yo como autora, sino más bien mostrar a estos personajes, tratar de mirarlos desde adentro, y plantearle al lector el reto moral de que sea él quien juzgue, que diga: «bueno, yo ¿qué habría hecho si me pusiera en los zapatos de este personaje que está atravesando por esta circunstancia?

"El Jardín de las Delicias" por El Bosco. Foto: ebay.es
«El Jardín de las Delicias» por El Bosco. Foto: ebay.es

MR: ¿Usted es optimista o pesimista? Porque decía Saramago que «los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están contentos con lo que hay».

LR: Bueno, digamos el optimismo tiene algo que me disgusta, porque, ¿en qué está apoyado? El optimismo es como una vocación de que sí, sin tener justificación. Yo creo en el trabajo, yo creo en el empeño, yo creo que en lo que se mete el hombro tiene una la posibilidad de salir adelante, optimista por naturaleza no, pero, lo que yo sí soy es más dada a dar una mirada compasiva que una mirada sojuzgadora.

MR: Yo lo que he visto es que usted ha tenido una vida muy dura, siempre ha estado donde las papas queman, ha tenido que vivir situaciones terribles en su país, ha tenido que exiliarse en Argentina, en México, ¿cómo a hecho usted para ser tan fuerte?

LR: María Rosa, yo creo que, en buena medida, por colombiana. Es que yo no creo que haya colombiano que no haya tenido que vivir saltando matones. Es que la vida de todo colombiano es una vida aventurera, porque la estabilidad no es algo que nos haya sido dado. Entonces, ante una vida tan convulsa como ha sido la nuestra, una de dos, o te encierras en tu casa, que no era mi vocación, o sales y a echarle la capa al toro.

De alguna manera, también América Latina tiene esa dificultad, pero también la fascinación, todos los riesgos de un continente que está en transformación, que se está haciendo, que se está pariendo, porque la historia no se ha jugado todavía la última carta. Entonces, tenemos un terreno donde podemos participar, donde podemos tener injerencia en lo que pase. ¿Cómo renunciar a estar ahí? Ahora, que eso tiene riesgos, y que eso tiene situaciones límites, sí, los tiene. Pero lo otro es cerrar los ojos y pretender que vivimos en Suiza.

MR: Eso está difícil. (risas)

LR: Si cierras las calles de tu casa, y le pones cadenas, si pones una garita y pones propiedad privada, a lo mejor puedes vivir tranquilamente.

MR: Algún rato tendrás que salir.

LR: Aquí la calle es un escenario siempre movido, lo cual tiene muchas dificultades, la paz es un bien muy preciado, pero también hay un movimiento que es de cambio, de posibilidad de construcción.

MR: «Pecado» trata mucho de la culpa, me recuerda aquella entrevista a Almodóvar donde el periodista le dice: ¿porqué hay tanta culpa en tus películas? Y Almodóvar le responde: «bueno, a mí me educaron los salesianos y allí desde que tenías seis años tú ya tenías la culpa de algo».

LR: Ese es precisamente el tema, de la culpa. Y los distintos personajes tienen distintas relaciones con la culpa. Por ejemplo, está el capítulo del incesto que se llama «La promesa». Me llamaba mucho la atención que el personaje de la muchacha adolescente, Ana, entra con un desparpajo enorme a la relación con su padre, lo que está viviendo al principio es una historia de amor, para ella no hay culpabilidad ahí. ¿En qué momento siente ella que tiene que salir corriendo? Cuando percibe la culpa del padre, y ella dice: «si él se siente tan culpable, es porque esto está muy mal». Pero la culpa de ella es refleja, no es algo que ella sienta desde el principio, sino que al sentirla en otro, empieza a caer en la cuenta de la rareza, de la dificultad de la situación.

Por ejemplo, La Viuda, es un personaje sin culpa. Me interesaba mucho trabajarlo así. La Viuda es el verdugo, el que corta cabezas. La Viuda no sólo que no tiene culpa, sino que monta su ética en la ejecución impecable de su oficio. Para él, ser bueno, hacer el bien, consiste en que su oficio lo hace impecable, no deja ningún rastro, no deja nada sucio, no ocasiona dolor a la víctima porque actúa rápidamente, limpiamente, pero finalmente se le derrumba todo su esquema porque hace lo que no debe hacer.

Yo quise un personaje sin culpa, que para nosotros es muy difícil, porque yo creo que el judeocristianismo es una cultura de la culpa, nosotros nacemos con culpa sin saber ni siquiera porqué, pero ya la culpa la tenemos. Para armar ese personaje que tuviera como consistencia, ¿sabes qué hice? Leí mucho de la época del terror en la Revolución Francesa, donde cortar cabezas se convirtió en toda una ética, había que decapitar a una clase social. Eso no era algo que estaba mal, sino que eso era lo que estaba bien.

Así que intenté como entrarle a la culpa por distintos lados, ¿no? Para las Susanas, la culpabilidad con respecto al sexo está encarnada en la madre, que se eriza cada vez que algo tiene que ver con sexo, que le produce un fastidio… Por lo general, la culpabilidad para nosotros está ligada a esa sobredimensión del tema del sexo. Lo que hace la gente en la cama tiene una importancia brutal.

MR: Sí. La gente puede robar, puede quebrar un país, puede iniciar una guerra, pero pobre que cometa una falta sexual. Mira lo que le ocurrió a Bill Clinton, casi se cae como presidente porque tuvo un desliz con una pasante, aunque ni siquiera tuvo «técnicamente sexo», como el decía.

LR: Sí, es algo rarísimo, y además es algo totalmente hipócrita porque todo el mundo tiene una vida sexual secreta, y todo el mundo sabe que todo el mundo la tiene, pero si eso llega a saberse…

MR: Nos rasgamos las vestiduras.

LR: Pues, por eso, con las «Susanas» a mí me interesaba llevar al lector por un camino donde parece que el gran pecado fuera la relación entre la muchacha rica blanca y el muchacho negro pobre, y a última hora darle el quiebre, y decir que ese pecado no era el grave, que el pecado grave iba por otro lado, con el desenlace de la historia lo vemos, que no lo vamos a contar aquí, pero era otro pecado que venía subyaciendo ahí entre líneas a lo largo de toda la historia. Y que finalmente, lo que hicieron estos dos en la cama no tenía ninguna relevancia, y además era muy comprensible, por ese muchacho precioso que era el tal «Nenito».

Laura Restrepo y María Fernanda Heredia en la Feria del Libro Gye 2016. La Republica.ec
Laura Restrepo y María Fernanda Heredia en la Feria del Libro Gye 2016. La Republica.ec

MR: Otra pregunta que quiero hacerte es:  ¿porqué escribe Laura Restrepo?

LR: Por que eso es mi oficio y vivo de eso. Es mi única fuente de ingresos. Yo no soy Lord Byron que puede hacerlo por placer. Y luego, la verdad sí le doy gracias al cielo por tener un oficio tan divertido. Me la paso muy bien, me apasiona, me entretiene, estoy todo el día pensando en eso, dándole vueltas a las historias, se me vienen a la cabeza un tropel de historias, entonces me cuesta trabajo decidir entre ésta o aquella,  en cada persona que conozco veo un posible personaje de novela.

MR: ¿Y siempre fuiste así, siempre tuviste esa inquietud?

LR: Yo creo que la fascinación por los demás. Yo empecé a dar clases a los 17 años. Iba a la universidad y volaba a una escuela pública a donde daba clases. Me imagino que lo que hacía era repetir lo que me acababan de decir en la universidad, porque, ¿qué más iba yo a enseñar?

Como que ya desde entonces la fascinación por la comunicación y por crear ese puente con lo que tienes delante. Los muchachos de esa clase eran mayores que yo, habían leído más que yo, pertenecían a una clase social donde la vida era mucho más dura, y por lo tanto sabían muchas más cosas que yo. Entonces, esto era como de ida y venida, no se sabía quién era el que daba la clase. De ahí esa urgencia por hacer un puente, yo estuve mucho tiempo en política, que consiste básicamente en hacer un puente con los demás. Y la literatura también magníficamente sirve para eso, es como sentar las bases para una comunicación, entiendo que un libro no existe hasta que no encuentra un lector y se crea una sintonía.

MR: Laura, me interesa mucho el tema de la mujer, y como tú eres una mujer tan valiosa que yo admiro y respeto, te quiero preguntar a ti, ¿cómo has tomado el tema de ir haciéndote mayor?

LR: Bueno, yo creo que todos esos años que tú has vivido con tanta lucha y con tanta dificultad, no vale la pena borrarlos, me daría mucha pena.

La última pregunta fue ya en los corredores de la feria, después de la inauguración, donde un montón de mujeres no cesaban de acercarse a Laura a saludarla, a que les firme un libro, a fotografiarse con ella, con un cariño y un entusiasmo que saltaba a la vista.

Laura nos acogió a todas bajo sus alas como una mamá gallina, y en ese momento pensé en cuán sin sentido es el prejuicio machista de que las mujeres somos naturalmente enemigas unas de otras. Y, si en verdad lo fuéramos, la serena humanidad de Laura se hubiera impuesto de todas formas, porque lo que ella irradia es una amorosa aceptación y una luz interior que brilla en sus ojos claros.

María Rosa Jurado

 

 

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