Minima Moralia

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

Durante sus primeros años de exilio en los Estados Unidos, entre 1944 y 1947, Theodor W. Adorno escribió las amargas reflexiones que componen Minima Moralia. Adorno venía de dos experiencias traumáticas: la una del desate de la barbarie del nacional socialismo en Alemania y la persecución contra los judíos, pero también contra cualquiera que pensase en contra del régimen nazi; la otra, de la barbarie del estalinismo en la URSS, que terminaba con todas las esperanzas de que un régimen socialista llegado al poder pudiese ser diferente a los demás regímenes en cuanto al reconocimiento de la persona humana y a la democracia. Adorno fue consciente de que la recaída en la barbarie no era cuestión del presente, y que la tentación del totalitarismo, independiente de cualquier ideología, era una amenaza siempre constante para la especie humana.

«El que nada debe, nada teme». Esta frase que todavía se repite, fue cierta si es que alguna vez lo fue, únicamente en el país de Nunca Jamás. En la historia doliente de la tierra no resiste un minuto. El Holocausto mostró por ejemplo de forma brutal su carácter de falsedad. ¿O realmente debían algo los judíos que fueron exterminados? Los niños temblaban en Bergen–Belsen pero nada debían excepto haber nacido como judíos. Y de ahí en adelante, en todas las masacres en que fue pródigo el siglo XX y que el XXI está a punto de igualar, por ejemplo hoy en Siria y antes en Libia, queda claro que se puede temer sin deber.

También para las sociedades que no están en guerra convencional o civil, para la cotidianeidad la frase es insostenible. ¿Qué debían las mujeres que fueron y siguen siendo asesinadas en Ciudad Juárez? O menos dramáticamente, ¿qué tiene de malo coincidir cuando se toma un café en un Centro Comercial de la ciudad con la mala coincidencia de que en ese momento van a retirar depósitos bancarios? Entonces, lo recomendable es temer, y con toda fuerza, aunque no se deba nada. Sin deber nada, el ciudadano que tomaba el café murió abaleado. Pudieron ser más. No sabemos qué pasara con nuestro futuro.

«Los asnos son de color pardo. Brunellus es un asno, luego Brunellus es pardo». ¿Por qué había de temer el profesor Hans-Georg Gadamer por utilizar este ejemplo para explicar la primera figura del silogismo aristotélico? Indignado un padre de familia y miembro del partido descubre, en el silogismo, la amenaza de conspiración contra el proyecto nacional – socialista. ¿Cómo es posible que en una universidad del Estado se ataque a la ideología del régimen? El profesor tiene que ser sancionado. El rector llama al profesor. Éste le explica que se trata de un modelo de silogismo que data de la Edad Media donde el nombre de Brunellus para los asnos era común. ¿Era posible que desde la Edad Media se conspirase contra el partido? Era posible. Al final el rector apoya al profesor.

Reírse a carcajadas de la estupidez de ese militante hubiese sido la reacción más natural. Gadamer no dice que el rector o él lo hayan hecho. Reírse estaba prohibido. El poder puede permitirse el sarcasmo, la burla. Pero no deja reír a los demás.

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