Las disculpas de Benedicto XVI

Andrés Cárdenas
Quito, Ecuador

Si alguna dificultad ha ocasionado Benedicto XVI en las salas de redacción sectarias y en portátiles de vaticanistas aficionados es encontrar el adjetivo que siga a su nombre de Pontífice: ¿”conservador” y digno resultado de la prefectura de la doctrina de la fe o “progresista” y ex militante de los sectores de la teología de la liberación? ¿El Papa trasparente que amenaza con entregar a las autoridades civiles a los curas pederastas y sabe que el enemigo está dentro de la Iglesia o el encubridor de Maciel a quien finalmente en Luz del mundo llamó “falso profeta”? ¿Intelectual, frío, poco comunicativo, o sentimental porque en su primera encíclica habla del amor y responde inquietudes a los niños? ¿Austero con gustos por la vida monacal o despilfarrador porque supuestamente usa zapatos Prada?

¿El Papa que en sus casi noventa años realizó 24 viajes fuera de Italia o el anciano que se acomodó en el Vaticano? ¿El Papa que no conecta con la las nuevas generaciones o el que rompió récord de asistencia en las Jornadas Mundiales de la Juventud? ¿Racionalista o fideísta? ¿Artista o insensible? ¿Inquisidor y cazador de brujas o indulgente con la gente que lo traiciona y con grupos separados de la Iglesia? ¿Académico o fantasioso? ¿Abierto al ecumenismo o cerradamente romano? ¿El Papa que dialoga con la cultura o el que se encierra en los Catecismos de la Iglesia para jóvenes? ¿El hombre de confianza de Juan Pablo II o la sombra que tristemente lo reemplazó? No se les ha hecho fácil esto de encasillar pero, claro, casi nunca han perdido la oportunidad.

Benedicto XVI en el primer Papa que se sitúa en medio de un mundo que mueve sus hilos al ritmo de decenas de miles de tuits por segundo y comprende las cosas con la superficialidad que ofrece un pantallazo. En ese contexto, es lógico que pase desapercibido –para católicos y no católicos– un pensador lúcido que, por haber entregado su vida a una institución que él considera eterna y sobrenatural, es visto con prejuicios. Y en ese contexto, también es lógico y triste que muchas veces haya sido la carne de cañón favorita del individuo posmoderno que se esconde en el tumulto intelectual para no correr el riesgo ni la fatiga de pensar.

El futuro es el que va a pedir perdón al Papa que deja hoy su cargo, porque es quien se va a tomar el tiempo de leer la cantidad inmensa de textos que ha producido, tanto en sus años de pontificado como antes, en especial su obra Introducción al cristianismo. Después se leerá la catequesis semanal que empezó sobre el credo católico por el año de la fe o textos menores pero muy valiosos como cuando habla sobre el silencio. El futuro es el que va a reconocer en Ratzinger a un hombre sencillo, a un sabio que rezaba, a un líder espiritual en perfecta consonancia con las inquietudes de los tiempos, a un sacerdote que supo siempre renunciar a su comodidad por seguir el camino que consideraba que Dios le pedía. Los libros de historia le van a pedir perdón a Benedicto XVI. Hoy, en cambio, él se disculpa por no sentirse con las fuerzas necesarias de seguir a la cabeza de una Iglesia que –no nos engañemos– está en crisis desde que fue dejada a cargo de manos humanas y permanecerá así para siempre.

Más relacionadas

1 Comment

  1. Excelente reseña, una pregunta, que opinión te merece la filtración de documentos del Vaticano, sus repercusiones, la mala fama del Instituto para las Obras de Religión o Banco del Vaticano??.

    Mas allá de todo esto, estoy convencido que la obra del Papa es digna de elogiar, por decir lo menos, y considero también que su acto de renuncia es inmensamente valeroso en bien de la Iglesia Católica…

Los comentarios están cerrados.