Infancia

Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

La paternidad es un excelente espacio para repensar la propia infancia. Todavía recuerdo las calles terrosas, los interminables partidos de fútbol y la vida libre que brindaba un barrio de casas de puertas abiertas, en donde saludar y conversar con los amigos, sus madres y sus abuelas era una costumbre tan común como entrañable. Había una sensación de seguridad y familiaridad que tomaba la forma de un hogar ampliado, en donde los niños convivíamos y compartíamos con otros sin mezquindades ni diferencias. El barrio de mi infancia era el espacio del libre albedrío y de la imaginación que proporcionaban las innumerables opciones de juegos que los niños de entonces explorábamos gracias a la limitada cantidad de horas de dibujos animados, la inexistencia de juegos de video, la atmósfera de confianza que nos circundaba y, sobre todo, nuestra imaginación.

La infancia de hoy es muy distinta como consecuencia de unas condiciones de entorno diferentes. Los hogares cambiaron dramáticamente con la incorporación masiva de las mujeres en la fuerza de trabajo y la necesidad de reacomodar horarios y tiempo de cuidado en el hogar. Las ciudades fueron creciendo y se tornaron más inseguras, lo que condujo a una segmentación urbana y a una neurosis colectiva sobre la seguridad. El destape y la inserción de temas como el abuso infantil y el bullying solo contribuyeron a atizar la atmósfera de desconfianza y la ansiedad de los padres. Y las nuevas tecnologías –que van desde la Internet, pasan por los canales de dibujos animados infantiles 24 horas al día y terminan en los inefables juegos de video- se han convertido en un parte aguas que determinan gustos, tiempo y fantasías de los niños.

Mirada desde lejos, la infancia de los padres del siglo XXI parece un paraíso perdido al que quisiéramos volver. A veces actuamos inconscientemente tratando de replicar micromundos, pero la presión externa se vuelve casi infranqueable. No es una dicotomía que se plantea desde la opción de ver o no televisión o Internet, o de intensidades de uso, o de ir a jugar a tal o cual sitio, sino de nuestra responsabilidad frente al proceso de desarrollo de nuestros hijos. Una madre que no deja ver televisión a sus hijas de cuatro y seis años, me comentó que se sorprendió cuando la menor le enseñó a jugar a su hermana mayor con las barbies, simulando que estas eran las Monsterkids, y que hacían «el bien» chupándole la sangre a las «malas».

La penetración del entorno y los problemas que acarrea son permanentes para los niños de hoy. El límite entre la protección y la sobreprotección es muy tenue, pero debiera estar anclado en la creación de seguridades desde el amor, la presencia y el discernimiento. Es tan valioso compartir con nuestros niños como dar el ejemplo. Lo primero nos acerca a su mundo y les brinda protección y afecto, lo segundo muestra una señal efectiva de congruencia entre discurso y acción, la mejor manera de transmitir valores y visión del mundo.

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