Con infinito humor: por qué es especial el caso Bonil

Héctor Yépez
Guayaquil, Ecuador

Tal vez ya a nadie debería sorprenderle el caso Bonil: parece que los ecuatorianos nos hemos acostumbrado a que el gobierno sistemáticamente active los resortes del poder para neutralizar —con aparente forma de legalidad— a todo aquel que ose criticarlo frontalmente. O, en otras palabras, para castigar el ejercicio del derecho humano a expresarnos, a opinar, a discrepar y, por qué no, a satirizar a quienes no fueron elegidos monarcas, sino servidores temporales del pueblo.

Dadas las circunstancias, sin embargo, el caso Bonil sí tiene varias peculiaridades que merecen una atención especial.

La primera es lo burda de la acusación: obligar a rectificar a un caricaturista por un dibujo y una leyenda que disgustan al régimen es, valga la redundancia, caricaturesco. Se trata de un género que en sí mismo vive de la sátira y, por tanto, genera tanta expectativa de credibilidad como las series de Condorito que hace poco el IESS pretendía comprar. Su impacto, en el terreno político, no está en su veracidad, sino en está en su capacidad para retratar, con humor e ironía, los acontecimientos de interés público. Una tarea cuyo único juez no puede ser otro que el lector. O, en todo caso, cualquiera menos el propio caricaturizado y sus subordinados.

La segunda es que este caso ha sentado un precedente nefasto de aplicación de la Ley de Comunicación, que confirma los peores temores que muchos venimos advirtiendo desde hace tiempo.

Los órganos encargados de ejecutar esta Ley están integrados por oficialistas al mando de Carlos Ochoa, célebre por su trayectoria de acérrimo defensor de este gobierno en Gama TV. Es decir, no existe ninguna independencia entre las autoridades de comunicación y el régimen político de turno: se trata de un brazo más para consolidar el dominio absoluto de un Estado convertido en arma social contra los ciudadanos, que cierra el círculo de la justicia, la fiscalía y los organismos de control, todos conformados por allegados al oficialismo. A estas alturas, ya ni se preocupan de guardar las apariencias.

Pero no todo es malo: la tercera peculiaridad de este caso no es culpa del autoritarismo estatal, sino mérito de la genialidad de Bonil.

A la persecución y la intolerancia, Bonil respondió siempre con humor, ingenio y sencillez. Su genial y graciosísima rectificación, si bien no puede eliminar el perjuicio económico que sufrió el periódico como tal, sí pudo neutralizar el efecto de censura que el régimen pretendía imponer. Me atrevería a decir que ningún periodista en Ecuador ha logrado tan soberbia revancha intelectual contra este gobierno. Sin elocuencia de palabras, sin millones de dólares en propaganda, sin mítines ni caravanas, sino con la sutileza directa y precisa de un dibujo —o como decía él mismo, “con infinito humor” —, Bonil y sus caricaturas le han propinado una elegante bofetada a los autoritarios y han dejado, a la vez, una lección ejemplar a los demócratas de nuestra nación: con suficiente astucia, la expresión siempre puede vencer los obstáculos del poder.

Publicado en el blog www.realidadecuador.com

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