Ahora sí, con decisión

Walter Spurrier
Guayaquil, Ecuador

En la sabatina del 14, el presidente en su segmento de dictar cátedra explicó al público general el calamitoso efecto que para las exportaciones ecuatorianas tendría no firmar un acuerdo con Europa. Solo el banano se vería afectado en más de USD 400 millones. El atún, que hoy no paga arancel, cancelaría 24%. Y así sucesivamente. Es la pérdida de las preferencias lo que lo motiva a firmar el acuerdo, confesó.

Para los lectores de la información económica de este Diario, y en particular de esta columna, estos no son argumentos desconocidos. No hace mucho fui tildado de ignorante por un miembro del gabinete ministerial por aseverar que nuestras exportaciones serían afectadas por la pérdida de las preferencias. Presumo que dicho funcionario no calificó en términos similares al presidente cuando les anunció su decisión.

Lo que pasa es que el presidente, al fin y al cabo costeño, puede palpar el impacto que la caída de las exportaciones tendría en el agro de Los Ríos, Guayas y El Oro en que se cultiva banano; en la economía de Manta y Posorja, donde se procesa el atún, y en general en todas las ciudades costeñas que viven de la circulación del dinero que generan los cultivos de exportación.

Para otros, la agricultura de exportación es algo retrógrado, la Costa lejana, inhóspita y desconocida, el sustento de sus habitantes sacrificable ante el altar de su utopía, de convertir al Ecuador de la noche a la mañana en centro universal del conocimiento.

Terminó la tercera ronda de negociaciones con Bruselas sin cierre, pero se realizaron avances. El presidente dispuso que no se aplique a la Unión Europea la desatinada política de restringir importaciones imponiendo requisitos imposibles de cumplir en el corto plazo. Política que, sospecho, fue aconsejada por quienes, desde adentro, como caballo de Troya, querían tumbar el acuerdo.

No se cerró en junio, pero el ministro Rivadeneira explica que lo que falta, más que una ronda de negociaciones, es una ronda política, donde se pongan en tapete las condiciones en principio inaceptables para cada parte y se hagan concesiones mutuas. Esto tendría lugar en julio, lo cual es absolutamente indispensable para cerrar en acuerdo antes de que Europa se paralice en agosto.

El gobierno ahora sí, con decisión, quiere cerrar, y aspira con el cierre a presionar a Europa a que prorrogue las preferencias hasta que el acuerdo entre en vigencia. Difícil de lograr, pero no imposible si el presidente se involucra personalmente y convence a sus pares.

Si se cierra el acuerdo pero no se consigue la prórroga de las preferencias, las empresas con presencia en Europa, en la que somos número uno en banano y atún, y muy fuertes en camarón, rosas, cacao, brócoli y café instantáneo, tendrían confianza en que probablemente el acuerdo entre en vigencia en el 2016, por lo que tendrían que absorber las pérdidas en que incurrirían por exportar pagando arancel en el 2015 para no perder participación en el mercado.

A los enemigos del acuerdo con Europa, aunque pierdan la guerra, les quedará la satisfacción de haber debilitado a la economía de agroexportación.

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* El texto de Walter Spurrier ha sido publicado originalmente en El Universo.

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