Borges según Moreano

Carlos Arcos Cabrera
Quito, Ecuador

«Cada cual construye un Borges a su imagen y semejanza» afirma Alejandro Moreano, en una de las más originales lecturas de la obra del argentino. La Universidad de Cuenca publicó a comienzos de año dos volúmenes con los ensayos de Moreano entre los que destaca Borges, vanguardia y modernidad latinoamericana. En palabras de Alicia Ortega Caicedo, editora de la obra, Moreano «es uno de los principales representantes del pensamiento crítico ecuatoriano». Habría que añadir: pensamiento crítico marxista algo que a muchos debe causar escozor. Moreano es parte de una rica y rigurosa tradición intelectual en la que se inscriben Agustín Cueva, Bolívar Echeverría, Françoise Perrús y Fernando Tinajero. Todos ellos partícipes de los Tzántzicos.

La idea de «un Borges a nuestra imagen y semejanza», en palabras de Moreano, hace de nosotros, simples lectores, dioses, demiurgos hacedores del autor, y no solo del texto. El Borges de Moreano tiene dos atributos. Por un lado, llevó la sublimación, entendida como «representación sin lo representado, significante puro, autonomía total del orden simbólico» a un extremo tal que finalmente la forma estética alcanzó su pureza absoluta, librándose de todas las figuras del trabajo concreto: el cuerpo, el eros, el mundo, la vida, la condición humana, la originalidad de América Latina. Por otro, «destronó a la filosofía de su sitial —centro de la tradición occidental—y colocó en su lugar a la literatura, convertida así en el gran metalenguaje contemporáneo.» ¿Existe una lectura más original de Borges?
Borges realiza una doble operación: convierte la ficción en materia prima de una nueva ficción y va más allá: transforma a todos los otros discursos filosóficos, históricos, literarios, «en materia prima —lenguaje-objeto— de su propio absoluto metalenguaje». Esta doble operación creativa es de acuerdo a Moreano «el eje de la revolución borgeana de la literatura». Borges deviene en el contrapunto de toda otra literatura.

Lectores y críticos han construido un Borges a «su imagen y semejanza». Algo que probablemente Borges temía y, a la vez deseaba. El Borges de Moreano, o la percepción que Moreano tiene de Borges lleva la lectura del autor de Historia de la eternidad a un punto extremo. Una lectura diferente a la ya conocida que limita la literatura borgeana a la ficción, o que destaca su cosmopolitismo y sus múltiples influencias: desde Spinoza a Whitman.

Harold Bloom, para quien Borges es el autor más destacado de lengua castellana, después de Cervantes, afirma, en Anatomía de la influencia, que su poesía fue engendrada por la de Walt Whitman. Una apreciación injusta para los dos poetas. En el caso de Whitman, sobreestima su influencia a pesar de ser importante y de ser un poeta extraordinario, en el de Borges lo subestima. En el breve ensayo publicado en El futuro de la imaginación, lo considera un gran fabulador. En Cómo leer y por qué, Kafka es el «principal precursor» de Borges y «reemplazó a Chejov como influencia cuentística de la segunda mitad del siglo XX.» Bloom recomienda: «Necesariamente —afirma— entender cómo debe leerse a Borges es más una lección en la forma de leer a sus precursores que un ejercicio de auto comprensión.» Lo cierto es que en Borges todas las influencias son posibles, pues hizo ficción de la literatura, la religión, la historia, la filosofía y la misma ficción. Y en esto radica su originalidad.

¿Qué Borges construiremos luego de la interpretación de Moreano? Me refiero a jugar con sus textos con la fascinación de una lectura ingenua que nos sumerge en un juego que, como todo juego, tiene un resultado incierto.

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