Dr Kronz y la chulla utopía

Quiero decir simplemente que el primer manuscrito, que ya llevaba el título “Die theorie des Romans”, data de 1914 y que esto lo coloca en una posición previa, a priori, al marxismo cultural y al modernismo de entreguerras. Su autor, como buen hegeliano que fue, argüiría entonces que ya pertenece a la historia y que sus argumentos hoy perviven, si acaso perviven, en contraposición o en comunión con los argumentos de sus oponentes.

La tesis central frente a la novela que Lukács propone es vasta y compleja, pero parece siempre entender la lectura desde la escisión, es decir que toda novela lleva dentro de sí dos argumentos posibles, que están contrapuestos. Alonso Quijano vive desde una utopía personal que está en conflicto con la realidad histórica de la Mancha del siglo de oro. El Capitán Ahab vive en pos de lo trascendental mediante una búsqueda bíblica, esto es la muerte de una ballena blanca, que es también el Leviatán que Yahveh vence.

Las lecturas contrapuestas son entonces la materia del héroe, que lleva en sí una Utopía, una profunda ansiedad, porque sabe que la realidad es intolerable o imposible. El narrador y el lector atienden a ese conflicto entre el mundo real y el mundo ilusorio personal. Las posibles mutaciones de este conflicto son quizás infinitas, los clásicos exaltan el conflicto entre el hombre y los dioses, los modernos el conflicto entre el hombre y la ausencia de los dioses, los posmodernos el conflicto entre el hombre y el autor.

Quiero hablar de una postura que trata sobre nuestras letras, que no puedo defender o negar, pero que me entretiene, pues algo tiene que ver con Lukács. Sostiene que la literatura ecuatoriana tiene al menos dos personajes.

El Chulla Romero y Flores lleva dentro de sí un cisma, que es el peso ineludible de la colonia, que fue la barbarie y quizás su contrario. El proyecto arribista de Romero y Flores es una manera de sufrir y superar su ilegitimidad, producto de la arrolladora fertilidad masculina que lo engendró. Es un intento de esconder y borrar la herencia materna, participando en el ciclo del amor genuino, enterrando el apellido de su madre bajo una lista de apellidos españoles. Esta ilusión debe claudicar ante la realidad del mestizaje, el problema del origen.

El Dr Kronz llega a Quito con la mirada oblicua, ya sesgada por su estado de migrante, de expatriado voluntario, que huye de los horrores del comunismo soviético. Su voz es producto de ser un extranjero en el espacio que habita, de ser secretamente incongruente con el medio que lo rodea. Ya que opera desde los limites, cómo un espía en suelo enemigo, puede elaborar un reporte sobre los Quiteños entre los cuales vive.

De los dos personajes, Kronz tiene la ventaja de existir después de Romero y Flores. Quizás ha leído la obra completa de Icaza, y quizás puede leerla mejor que cualquier ecuatoriano, pues entiende íntimamente las consecuencias de las revoluciones. Se podría decir que el autor de Kronz sí leyó a Icaza, y que desde esta lectura se puede elaborar una lectura contrapuesta, que duda del proyecto del realismo social.

Kronz proviene de una tradición lectora judía. Específicamente, una afiliación personal a un judaísmo que sigue el modelo de Kafka, que responde ante los formalismos con la interrogación y el humor. Kronz responde a discursos del destino con una pregunta y una risa entrecortada, con una ironía genuina, que juega con la duda y la utiliza como arma.

Si volvemos a la tesis de Lukács, habría que preguntar entonces: ¿cuál es la utopía que el Doctor lleva consigo? Será la sátira, aquella proyección del escepticismo, que le permite leer las ilusiones quiteñas y entenderlas desde sus límites, porque de cierta manera se le hacen sencillas. El Doctor es entonces el que entiende la broma y procura esconder, a duras penas, la risa.

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