El error histórico de Lasso

¿Qué otra postura le queda después de haber declarado que no reconocerá los resultados de la elección del 2 de abril?

Se trata, en primer lugar, de un error político porque colocarse fuera, en los márgenes del sistema, le impedirá ser una fuerza política proactiva en la discusión de la agenda poscorreísta. ¿Qué podrá opinar Lasso sobre las decisiones que tome Lenín Moreno? Pues nada, simplemente tendrá que salir a las calles a oponerse.

Si también es un error histórico –y lo subrayo– se debe a que la elección de febrero no definía el simple cambio de un gobierno democrático a otro, sino la posibilidad de cerrar un ciclo autoritario de largos diez años. Estamos ante una disyuntiva compleja en el Ecuador: saber si la salida de Correa marcará el fin del correísmo, un correísmo a medias, o el fin de la revolución ciudadana. El desenlace dependerá de la capacidad de la oposición para incidir en la nueva agenda de gobierno frente a los temas críticos que se avecinan. Si fue la revolución ciudadana la que llevó la política durante estos diez años al terreno permanente de la confrontación y la polarización, pues la decisión de Lasso tiene el mismo significado: confrontar con el gobierno de Moreno sin darse la oportunidad de abrir, en este momento de transición, el espacio político para exigir un nuevo clima de convivencia. Las opiniones de Lasso serán siempre tenidas como desestabilizadoras por un gobierno que se considera legítimo.

El argumento del fraude lleva a cuestionar la regla de convivencia democrática más básica. Si resultó difícil sostener con claridad la existencia efectiva de un fraude, menos consistente fue todavía señalar que todo el proceso electoral, más allá de los resultados, había sido fraudulento. Un argumento ex post para justificar la desobediencia. Si CREO pensaba que en las actuales circunstancias todo sería manipulado, pues entonces debió abstenerse de participar y denunciar la falta de garantías y transparencia. Pero sabía exactamente el terreno que pisaba y por eso su desempeño en la segunda vuelta electoral fue tan meritorio. Había alcanzado una posición protagónica para incidir en la vida política desde un liderazgo opositor fuerte. Pero en lugar de capitalizar lo conquistado prefirió poner a sus seguidores en la difícil posición de la desobediencia.

La oposición queda a la deriva y debilitada. Por fuera de Lasso, ¿qué hay? Nada, un desierto de fuerzas políticas. CREO se había constituido en la única fuerza con una cierta presencia nacional. Además, aglutinó alrededor suyo una diversidad de agrupaciones que solas pesan muy poco. Esa alianza informal multipartidista que se configuró en la segunda vuelta electoral para luchar en contra de la continuidad correísta enfrenta hoy el riesgo de la disgregación.

En este momento de transición histórica lo democrático consiste en lanzarse todos a inundar el espacio público para exigir una apertura política e incidir en la agenda del poscorreísmo. Y cuando este espacio había que abrirlo para salir de la asfixiante polarización, Lasso y la derecha más dura cometen semejante error político. ¡Qué lamentable! (O)

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