El retorno de los nazionalistas

Digo “al parecer” pues los independentistas utilizan un lenguaje tan retorcido, tan complicado, que muchas veces es difícil entender qué es lo que en realidad quisieron decir. Esto les da una libertad de acción muy grande pues siempre les queda el recurso de “ustedes no entendieron bien lo que quisimos decir”.

Mientras escribo estas líneas escucho la votación en el Parlamento catalán para autorizar o no, a sus autoridades, a declarar la independencia. En el triste espectáculo que están ofreciendo ante los ojos de toda Europa, resulta patético que se haya pedido que el voto fuera secreto. ¿Así de convencidos están de lo que están decidiendo? Saben que quienes voten a favor se arriesgan a ser procesados por sedición una vez que el gobierno de Madrid decrete ilegal esa declaración y proceda luego a destituir a todas las autoridades de dicha autonomía. En casos como este, en el que se está resolviendo la independencia de un territorio y dando nacimiento a una nueva república, es justamente cuando se debe demostrar las actitudes asumidas y tomar responsabilidad de ellas. Vale decir, en lugar de esconder el voto, quien está realmente convencido lo muestra adelante de las cámaras. Esto es justamente lo que hicieron quienes votaron en contra de la independencia.

¿Cuál es el trasfondo de todo este problema? El nacionalismo. O como lo he escrito más arriba: el nazionalismo, porque no se trata de otra cosa. Está bien claro en un artículo escrito por el vicepresidente de Cataluña, Oriol Junqueras, en el que habla de la superioridad de los catalanes respecto a los otros españoles. Ha dicho que un catalán se parece más a un francés que a un español; y que un español se parece más a un portugués que a un catalán. ¿Cuál será esa diferencia? Todos, catalanes, franceses, españoles, portugueses, “sudacas” tenemos la misma cantidad de cromosomas, el mismo número de neuronas, el mismo número de glóbulos rojos y glóbulos blancos. Quizá la única diferencia esté en que algunos utilizan mejor que otros sus neuronas, como le sucede a Oriol Junqueras. Es tan corto de entendederas que vaticinó que la independencia de Cataluña no ahuyentaría a las empresas ni disminuirían las inversiones. Pues en solo este mes de octubre casi 1.700 empresas se han ido y las inversiones se han paralizado, el turismo ha disminuido y los hoteles se quejan que hay un bajón del 30%.

Los independentistas alegan en su beneficio que ellos ganaron un referéndum plagado de irregularidades que se realizó el pasado 1 de octubre a pesar de haber sido declarado ilegal por el Tribunal Constitucional. No hubo padrón sino que se hacía el control a mano, anotando a los electores en una hoja de papel. No hubo autoridad electoral que controlara el proceso. En las mesas solo había representantes de los independentistas y la falta de un control eficaz permitía que la gente votara todas las veces que quisiera en los sitios que eligiera. La concurrencia no llegó al 40% del censo electoral y no todos los votos fueron por el “sí”. En resumen, los votos favorables no llegaron al 38%, una cifra que se debe poner en aguas de borraja, ya que no habiendo control de la contraparte, no hay seguridad de transparencia. En Paraguay, cuando hay elecciones, en cada mesa hay un representante de cada partido y todos están con los ojos bien abiertos y no se ausentan ni siquiera para ir al baño, ya que en el menor descuido una mano “distraída” puede alimentar los votos de una urna. O dejar que alguien vote sin que su documento de identidad coincida con el que figura en el padrón.

En la histórica sesión, Carles Riera, diputado de la CUP, un partido antisistema, anticapitalista y antieuropeísta, el día de la votación dijo: “Queremos una república de acogida. Y deseamos un tierno abrazo para quien desea un mundo mejor sea quien sea su identidad. Y damos el paso de pie con la cabeza bien alta…”. Palabras difíciles de creer cuando un par de meses atrás estaban pidiendo que fueran individualizadas las personas que se oponían a la independencia, se hicieran afiches con sus fotografías y se los exhibieran en toda la ciudad. Me temo, entonces, que lo único que se puede esperar ahora, es que se inicie la consabida persecución a quienes no piensen como ellos. Este es el nazionalismo.

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