La desigualdad sí es un problema

Entre otras afirmaciones erradas Ycaza manifestó que “… la evidencia indica que la desigualdad no perjudica al crecimiento económico[…]”. También indicó que “…el bienestar de las personas no parece guardar relación alguna con el grado de desigualdad de la sociedad…” y por lo tanto concluyó que “…la desigualdad no necesariamente constituye un problema[…]”. Estas aserciones demuestran una falta de conocimiento grave de la literatura empírica económica de calidad sobre el tema de la desigualdad y sus efectos sobre el desarrollo económico del individuo y la sociedad. Es preciso tomar este espacio para recordar lo que la evidencia nos dice sobre los efectos de la desigualdad.

En primer lugar, aunque la evidencia con respecto al efecto de la desigualdad sobre el crecimiento económico (y la reducción de la pobreza) en el corto plazo es ambigua, la evidencia sobre los efectos en el largo plazo es inequívoca y apunta a que la relación desigualdad vs crecimiento es negativa, en especial cuando la desigualdad se encuentra en niveles considerados intolerables (como los que sistemáticamente ha sufrido la sociedad latinoamericana por muchas décadas ya). De igual manera, los estudios empíricos han demostrado que los ciclos positivos de crecimiento económico han tenido una mayor duración en sociedades con menor desigualdad. De hecho, se ha encontrado que las políticas de reducción de la desigualdad tienen un mayor impacto en el crecimiento económico que otro tipo de políticas, tales como las enfocadas en promover mayor apertura comercial, mayor inversión extranjera, etc. Incluso existe amplia evidencia de que una alta desigualdad afecta negativamente al crecimiento económico, pues priva a las familias de bajos ingresos de acumular capital físico y humano de una calidad (y cantidad) comparable con el de las élites.

En lo que respecta al bienestar, los países con niveles más altos de desigualdad de ingresos tienden a tener niveles más bajos de movilidad intergeneracional, lo cual se nota en el hecho de que en dichos países los ingresos de los padres son el determinante más importante de los ingresos futuros de sus hijos. La extrema desigualdad puede derivar en tensiones sociales que desalientan la inversión. Una sociedad desigual puede producir un desencanto con la estructura económica establecida que favorece a las élites; este al final será el caldo de cultivo perfecto para políticas públicas populistas contrarias a la liberalización económica, la globalización y reformas orientadas al mercado. Al mismo tiempo, la desigualdad puede generar asimetría en la influencia política de las élites versus el resto de la sociedad, lo que resulta en una provisión más limitada de bienes públicos a la clase pobre y media, lo que a su vez limita el crecimiento en la productividad de dicha mayoría. Consecuentemente, la efectividad de las políticas para reducir la pobreza es menor en países con altos niveles de desigualdad.

Resulta entonces inverosímil que la autora realice dichas afirmaciones viviendo en el área geográfica más desigual del planeta: Latinoamérica. Podemos destacar, entre otros, los estudios de Daron Acemoglu y James Robinson, donde se demuestra que durante el siglo XX la desigualdad en Latinoamérica creó un sistema con instituciones políticas débiles secuestradas por el poder económico de las élites, lo que indujo a que a principios del siglo XXI la mayoría de los votantes, hartos del statu quo seudo-feudal establecido en nuestras sociedades, auparan el surgimiento del socialismo del siglo XXI, del que tanto nos quejamos. Con todo lo expuesto, ¿quién se atrevería a decir que la desigualdad no es realmente un problema?

  • Santiago Bucaram es Director del Centro de Investigaciones Económicas (CIEC) de la ESPOL.

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