Raúl Castro dispuesto a bañar en sangre a Latinoamérica

Hana Fischer

Montevideo, Uruguay

Raúl Castro –al igual que en vida su hermano Fidel– siente gran desprecio por el ser humano. Para ellos las personas no son más que medios para lograr sus fines, que básicamente consisten en mantenerse en el poder a toda costa. Incluso si el precio a pagar es bañar en sangre a su país, al continente e incluso, provocar un cataclismo mundial.

Al anciano Castro, por razones puramente biológicas, no le queda mucho tiempo de vida. Así que, de forma personal, no le inquieta el porvenir. A eso hay que agregarle que después de tanto tiempo de haber estado abusando de los derechos humanos, torturando y mandando asesinar, se ha tornado completamente insensible al sufrimiento humano, actual o potencial.

Su carácter lo asimila a Nerón, quien, según los historiadores, ordenó incendiar Roma para provecho propio (para construirse un palacio colosal en la mejor zona de la ciudad, que obviamente, estaba ocupada). El fuego destruyó gran parte de la capital y causó infinitos males. En ese contexto, los relatos de sus contemporáneos sostienen que el emperador, desde un lugar seguro, contemplaba extasiado el poder devorador de las llamas y lo celebraba cantando con su lira.

La personalidad de Castro también se asemeja a la del rey francés Luis XV. Como se recordará, en los últimos años de su vida, el enorme descontento popular presagiaba un estallido social que lo desplazaría del poder. O sea, de sus privilegios, sus excesos y opulencia. Luis XV vio con claridad que se aproximaban tales eventos pero en vez de rectificar su conducta, profirió su abominable frase «después de mí, el diluvio».

Es relevante tener en cuenta esos datos para comprender la fuente de los negros nubarrones que se están cerniendo sobre América. Tempestades cuyos efectos pueden llegar a ser catastróficos y mil veces más destructores que los huracanes que anualmente asolan parte del continente.

Castro ve que su sobrevivencia política –como nunca antes durante la larga tiranía que impuso en Cuba y Venezuela en yunta con su hermano Fidel– está seriamente amenazada. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo está presionando por muchos lados, afectándole donde más le duele: su bolsillo.

Asimismo, varios países latinoamericanos congregados en el Grupo de Lima, con Colombia y Brasil a la cabeza, están exponiendo internacionalmente la calamitosa realidad –política-económica y social- de Venezuela.

A eso hay que sumarle la infatigable tarea de Luis Almagro –secretario general de la OEA– emitiendo documentos bien fundamentados, compuestos en base a testimonios directos, sobre lo que está sucediendo en Venezuela, Cuba y Nicaragua (todos cotos de caza de Castro). Incluso, frecuentemente los torturadores son cubanos; lo que pone de manifiesto que tienen décadas de práctica en estas lides.

Últimamente, dieron la vuelta al mundo los dos duros informes redactados por Michelle Bachelet –Alta Comisionada por los Derechos Humanos de la ONU– denunciando las ejecuciones extrajudiciales y las torturas a opositores venezolanos.

En consecuencia, Raúl se da cuenta de que su marioneta Nicolás Maduro, está en una situación política delicada. Esa percepción, se acrecentó al saltar la noticia de que incluso Diosdado Cabello, el segundo del régimen, estuvo en conversaciones secretas con funcionarios norteamericanos para negociar la salida de Maduro del poder. Y desde la perspectiva de Castro, Cabello no es masa tan moldeable a sus designios como lo ha sido Maduro. Tiene otra personalidad, ambición y resolución.

Pero además, a raíz de la situación global que hemos descripto, el desprestigio internacional no ha quedado circunscrito a los dictadores venezolanos sino que también está manchando a los cubanos. Eso es preocupante para Raúl porque está haciendo trizas el mito sobre la «humanista» Revolución Cubana.

Y, por si quedaba alguna duda sobre la auténtica naturaleza de la susodicha revolución y los hermanos Castro, el informe de Reuters puso blanco sobre negro. En efecto, una investigación llevada a cabo por esa agencia de noticia reveló que las fuerzas armadas cubanas, con Raúl al mando, han controlado todo en Venezuela durante décadas, desde la seguridad hasta sectores claves de la economía.

O sea que todo lo que pasa en Venezuela, las supuestas «decisiones» y acciones de Maduro, en rigor, son digitadas desde La Habana. Cuba es la base de operaciones y la que diseña las estrategias –políticas y militares– que se llevan a cabo en territorio venezolano.

En vista de la situación planteada, Castro decidió actuar igual que Nerón porque desde su mezquina perspectiva, no tiene nada que perder. Por consiguiente, le ordenó a su marioneta «incendiar Roma». Es decir, amenazar con iniciar una guerra que, sin duda, tendrá terribles consecuencias para el continente.

El obediente Maduro, ni corto ni perezoso, siguió las directivas que desde las sombras y en un lugar seguro, le dieron sus amos cubanos. Tampoco a él le inquietan demasiado las catastróficas derivaciones que pueda acarrear su accionar. Eso sí, siempre y cuando no le afecte su comodidad ni su permanencia en el sangriento trono de barro en el cual está sentado.

Por tanto, no es Maduro –como señalan los medios internacionales–  quien «ordenó» la movilización de tanques, misiles y 150.00 soldados venezolanos en la frontera con Colombia.

Los referidos huracanes de guerra tienen un claro autor intelectual: Raúl Castro. Un decadente tirano que, al igual que Luis XV, parece pensar «después de mí, el diluvio».

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