La isla de los páramos

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Durante los días del pasado mes de octubre, cuando la dirigencia indígena en santa alianza con el jefe de la pandilla correísta intentaron un golpe de Estado, Jaime Nebot advirtió a las hordas que se alistaban a entrar a Guayaquil para sembrar una destrucción similar a la de Quito, que las autoridades de Guayaquil no lo iban a permitir, y que era mejor que se queden en “el páramo”.

Han pasado ya algunas semanas desde esos aciagos días, y aunque la frase del exalcalde de Guayaquil fue criticada por algunos y luego olvidada, aunque seguramente más adelante –típico de nuestra política– volverá a criticarla, lo cierto es que luego de observar lo que está sucediendo con la dirigencia indígena, con la reacción de sus alcahuetes, con el extravío del Gobierno, con el cúmulo de frustraciones y creciente fragmentación en que está envuelto nuestro país, luego de todo ello como que esa frase del páramo comienza a tener sentido, aunque por razones que probablemente su autor no pensó en su momento.

La negativa del Sr. Vargas a permitir que funcionarios públicos ingresen a comunidades indígenas asentadas en el páramo para entregarles asistencia humanitaria va en esa línea. Los dirigentes indígenas no son autoridades elegidas por el sufragio o designadas por organismos públicos para desempeñar algún cargo, son simples miembros de una organización social de derecho privado. ¿Por qué se le tiene que pedir permiso a estos señores para visitar las comunidades asentadas en el páramo?

¿Es que acaso al páramo únicamente lo pueden visitar los líderes de la Conaie, y solo ellos deciden cuándo esas comunidades pueden ser contactadas por el resto de los ecuatorianos? ¿Acaso dichas comunidades únicamente salen del páramo cuando lo permitan los dirigentes indígenas? Creo que la sociedad ecuatoriana –sumida en el cotidiano frenesí de frivolidades– no ha reflexionado lo suficiente sobre esa histórica escena de un policía prácticamente rogándole al Sr. Vargas que deje entrar a las brigadas estatales de ayuda humanitaria, y el Sr. Vargas que se resistía arrogantemente a dar su “permiso”.

Una escena propia de Huasipungo, la magistral novela de Jorge Icaza, donde los gamonales actúan como propietarios de “sus indígenas” decidiendo quién puede visitarlos y quién no.

La imagen se repite cuando se informa de que a pesar de los requerimientos estos señores no concurren a rendir sus versiones a la Fiscalía sobre los delitos que habrían cometido en octubre y que se están investigando. Simplemente para ellos la no ley aplica. El abuso sexual de las mujeres policías, la destrucción de empresas, el incendio de la Contraloría, nada de eso les importa. Es más, no han ocultado que volverán a recurrir a la violencia, especialmente si parece que gozan ahora de impunidad. Y, claro, quien ose criticarlos será condenado como racista.

Pero no son los únicos que viven en una suerte de páramo. La sociedad ecuatoriana cada vez se desconecta más y más entre ella: empresarios, políticos, sindicalistas, intelectuales, milénicos, cada uno encerrado en su propio páramo. (O)

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