Condenados a la dolarización

Heytel Moreno Terán

Buenos Aires, Argentina

La frase condenados a la dolarización no es peyorativa. Así como los seres humanos estamos condenados a la libertad, lo que implica la obligación de tener que actuar y tomar decisiones, el Estado ecuatoriano estaba -en ese momento histórico- condenado (léase obligado) a dolarizar, como siempre lo sugirió Joyce Higgins de Ginatta, quien fue madre y padre de tal gesta. Sin la lucha previa de ella, nadie, léase bien, ningún político, funcionario o autoridad, habría tenido dolarización alguna que implementar, lo que finalmente sucedió por la fuerza de las circunstancias y no por ideas propias, ni mucho menos por propuesta de un plan de gobierno estructurado y socializado.

Ecuador acaba de celebrar la dolarización con bombos y platillos. Doy la razón a quienes conmemoraron y festejaron la fecha. No podíamos seguir en la situación que accionó la implementación formal del dólar. Ahora bien, ese sentido festivo es una de las visiones que se tiene sobre el tema. Otro enfoque, es la de personajes demagógicos y populistas que la critican como si hubieran propuesto una solución al proceso de inflación que vivíamos. Finalmente, tenemos a quienes también la defienden, pero, sin embargo, critican severamente el tipo de cambio a un valor que representó veinticinco mil sucres de la época.

En aquel tiempo en Ecuador la dolarización no era una solución entre un abanico de posibilidades, era la opción posible que había para detener el proceso de inflación que hoy carcome Venezuela, y tiene a dicho país en terapia intensiva y con respirador artificial. Hace poco en Argentina se obtenía cuarenta pesos argentinos por cada dólar estadounidense y hoy logras cambiar el dólar por ochenta pesos, lo que beneficia al turista, pero perjudica a los millones de habitantes de la tierra del gran Borges y la querida Mafalda, debilitando cada vez más la moneda nacional.

En la práctica, cabe decir que la dolarización no llegó hace veinte años al Ecuador, llegó antes, sin notificarnos formalmente, sin ruedas de prensa o manifestaciones sociales. Un día, sin darnos cuenta, decidió llegar sin hacer cita en una embajada o consulado ecuatoriano. Llegó sin visa, ni carteles de bienvenida. Aterrizó intempestivamente y cuando nos dimos cuenta ya había salido por la manga del avión, pasado por migración y transitaba libremente entre nosotros para impedir, entre otras cosas, que gobiernos irresponsables sigan imprimiendo billetes (moneda nacional) sin respaldo, quienes habían hecho del despilfarro de los fondos públicos la única política de Estado que los identifica. A todas luces estábamos frente a un país inviable, pero al final del túnel apareció la luz. Esa fue la señal de que estábamos condenados a la dolarización.

Y es que antes de formalizar la dolarización, ésta ya convivía entre nosotros. Muchas de las deudas que teníamos quienes residíamos en Ecuador, seamos nacionales o extranjeros, teníamos que realizar pagos mensuales en dólares o, en su caso, pagar en sucres según el tipo de cambio que representaba el valor total en la moneda estadounidense, con la incertidumbre mensual que aquello significaba. A quienes hoy la critican, les pregunto: ¿por qué no reclamaron cuando teníamos al sucre como moneda nacional y vivíamos en un espiral inflacionario con cuentas y pagos en dólares?

Por la sangre, sudor y lágrimas de ciudadanos que sufrieron con el proceso que conllevó al feriado bancario y a la implementación formal del dólar, un gobierno responsable está obligado a crear las condiciones necesarias que respondan la sugestiva pregunta de expertos en la temática, como es el caso de Pablo Lucio Paredes, con su libro: La Dolarización, ¿Un Amor Eterno? Respondiendo a la pregunta, digo que, ante la realidad sociopolítica de los ecuatorianos, necesitamos que sea así de inmortal, de imperecedera, de eterna.

La experiencia es algo positivo que podemos rescatar del pasado y tiene un valor incalculable que se debe capitalizar en un futuro mejor administrado: Ese es el reto de la sociedad. Debemos aprender que es importante elegir bien a nuestros representantes de elección popular. Como se afirma en la obra citada, «cuando alguien se equivoca solo afecta a su vida y a los suyos, y no tiene a quién reclamar. Cuando los líderes se equivocan, arrastran poblaciones. Esa es la gran diferencia, enorme, entre la simple vanidad y el verdadero liderazgo».

Hoy, la vanidad quiere declarar a muchos como “padres” de la dolarización, lo cierto es que una sola persona fue quien tuvo el liderazgo de defenderla siempre, sin importar las circunstancias.

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