Sobre Fernando del Rincón y el periodismo bravucón

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

En la entrevista realizada por Fernando del Rincón al secretario general del gobierno ecuatoriano, Juan Sebastián Roldán, se vio un ejemplo claro de cómo no debe hacerse una entrevista. De cómo no se hace periodismo, mucho menos en tiempos de crisis global. El episodio entre Del Rincón y Roldán pareció más un intercambio de palabras entre dos luchadores previo a una pelea de la WWE que un producto periodístico. Un periodista internacionalmente conocido con un programa en horario Prime Time, intercambiando gritos con un funcionario de un gobierno, durante una pandemia, desaprovechando la oportunidad de obtener información de valor y malgastando el tiempo de todos. No fue periodismo, fue espectáculo, y quienes celebran la ‘barrida’ que le dio Del Rincón a Roldán dejan muy en claro cuáles son sus prioridades durante esta coyuntura.

Cada periodista tiene su estilo. Del Rincón lleva años operando de la misma manera, sea tratando noticias de Venezuela, de Colombia, de Bolivia, del propio Ecuador; lo ocurrido la pasada semana no es un caso aislado. Es directo, se envalentona durante las entrevistas, es reactivo y suele alzar su tono de voz al entrevistado cuando no está de acuerdo con la respuesta que recibe. Del Rincón se enoja y se ofende en nombre de un colectivo, y suele surfear en las olas de las conversaciones con más interacción para generar rating y crecer su perfil. Hay centenares de clips de él “barriendo el piso” con su entrevistado, o “poniendo en aprietos” a un político, independientemente de su ideología, durante una conversación.

Me gustaría pensar que la razón por la que pierde los papeles con tanta facilidad es porque se involucra emocionalmente en todos los temas que trata, viviéndolos y sintiéndolos como suyos, más no porque lo utiliza como estrategia para jalar clicks y generar conversación a su alrededor. Que su actitud es por apasionamiento y no esconde malas intenciones atrás. El procedimiento de abanderarse una situación y convertirse en el héroe de un sector de un país es rutinario para Del Rincón, lo ha hecho con Venezuela desde que iniciaron las protestas en contra de la dictadura, ahora está expandiéndose hacia Ecuador. Su actitud no es de periodista, es de verdugo. Y sus entrevistas no llevan a la reflexión, llevan a la histeria. Sus trabajos, irónicamente, tomando en cuenta el nombre del programa, no permiten que el público saque sus propias conclusiones, solo hacen que un montón de personas adapten las presentadas por Del Rincón. El programa y la táctica del periodista funcionan porque representa la fantasía de muchos: ver que alguien, en su representación, le grite a un funcionario impopular y lo humille o lo avergüence frente a millones de personas.

Un periodista tiene que desafiar a la autoridad, confrontarla, dejarla en evidencia, exponerla, hacer que rindan cuentas y en su defecto: desmentirla. Siempre debe ponerse del lado de los afectados y ser empático. Eso sí, debe hacerlo con información en mano, citando fuentes y profundizando en distintos temas, tras extensos trabajos de investigación, anteponiéndose a cuál puede ser la posible respuesta de un funcionario de un cuestionado gobierno y generando una estrategia para partir de ese escenario. No se hace planteando casos hipotéticos y creando una infantil discusión mientras se golpea el pecho exigiendo respuestas a preguntas que aún no ha hecho y promoviendo un tratamiento hostil que se vuelve reciproco. Lo que decía Roldan era insuficiente, eso es verdad, y su actitud mostraba que su intención no era conversar, sino lavarse las manos presentando unos cuadros con información de dudosa procedencia y no entrar en detalles. Pero la solución no era humillar y pasar por encima del entrevistado.

Del Rincón y Roldán fueron exactamente iguales: dos populistas, ambos parte de instituciones enormes, gritándose mientras conspiran sobre las intenciones del otro. Mientras la imagen del Ecuador se mancha—aún más— internacionalmente. Y sin explicarme cómo, el periodista mexicano sale bien posicionado y fortalecido en temas de credibilidad por quienes ven algún beneficio en que sus representantes sean ridiculizados y las instituciones democráticas se debiliten. Por quienes creen que un periodista es un vengador y puede irrespetar cualquier norma deontológica en nombre de lo que considera ‘verdad’. De esa entrevista no se obtuvo nada más que un clip viral. Nada. Ni información valiosa, ni la respuesta de una autoridad sobre un caso serio, ni un pronunciamiento honesto. No tuvo ningún beneficio. Los únicos que vieron ganancia de los involucrados en esa entrevista fueron CNN y Del Rincón. Y no por haber hecho un buen trabajo, sino por el show cantinflesco que montaron. Y por razones obvias, ganan todos aquellos que usan el vídeo de la entrevista para impulsar sus creencias y ganar capital político.

No es la primera ni será la última vez en la que un político va a una entrevista empecinado con un discurso, a negar acusaciones y a desviar la atención de cierto tema, pero espero que sea la última vez en la que la estrategia periodística para obtener la información que se quiere y confrontar la autoridad sea caerse a gritos y entrar en inútiles debates sobre superioridad moral. Y que también, la ciudadanía sea más exigente con el periodismo que dice representarle y no permita atropellos de un periodista que no busca más que popularidad. Que no celebre la mediocridad y los concursos de popularidad con pescas a río revuelto durante una pandemia global.

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