La relación con China

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

¿No era ya suficiente con el escándalo del saqueo de los hospitales por parte de líderes políticos? ¿No teníamos ya bastante con un Consejo Nacional Electoral dedicado a facilitar que la mafia que nos gobernó por una década logre mantenerse en la vida pública, en cumplimiento probablemente de algún pacto? ¿Qué más nos podía suceder después de haber sido gobernados por una pandilla liderada por un inepto que, entre otras cosas, negoció una deuda impagable y dejó quebrada la seguridad social?

Al parecer nada de esto ha sido suficiente. A todo ello se suman los daños que el correísmo infligió a nuestro país con la relación económica con China. Las condiciones y términos de esta relación deben ser materia de un serio análisis, un debate nacional y una decisión política de largo alcance. La que tenemos hoy es una relación tóxica. Es una relación que prácticamente ha puesto al Ecuador a un estado de servidumbre como jamás ha sucedido en nuestra historia.

Ni en los años más aciagos de la Guerra Fría el Ecuador ha estado sometido a una nación extranjera como lo está hoy en día con respecto a China. Es la nación que nos domina en el plano de las relaciones comerciales, pues si incluimos la comercialización sui generis del petróleo, China resulta ser nuestro principal “socio comercial”. Los términos de las deudas con esa nación –tasas de interés, plazos, cláusula de confidencialidad y su uso de nuestro petróleo– son intolerables. Son condiciones inimaginables con otras fuentes de financiamiento, como podrían ser el Fondo Monetario Internacional o la Reserva Federal de los Estados Unidos, solo para ponerlos de ejemplos. ¿Cómo puede un país exigir una cláusula en sus convenios de financiamiento por la cual se mantenga el contenido del acuerdo en secreto so pena de pagar daños y perjuicios? ¿Qué clase de relación es esa?

Pero eso no es lo más grave. Lo grave es que la relación con China es tan asimétrica que ha terminado esa nación, sus empresas públicas o sus empresarios privados convirtiéndose en prácticamente los dueños del Ecuador, y han teñido de corrupción allí donde han pisado. La construcción de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair ha sido calificada por el New York Times como un caso emblemático de la corrupción que involucra empresas chinas fuera de su país. La forma como se ha estructurado la comercialización del petróleo que se vende a Petrochina es otro caso de corrupción impresionante. La construcción de obras públicas, como el caso de hospitales y otras infraestructuras, está contaminada de sobreprecios increíbles por los que encima debemos pagar. Es una cultura de corrupción que tiene en muchos ‘empresarios’ –verdaderos gánsteres– poderosos aliados políticos.

Todo ello explica la humillante prepotencia del Gobierno y los empresarios chinos. Allí está el episodio de la prohibición de ingresar contenedores de camarones de ciertas empresas ecuatorianas y allí está la intimidación de centenares de naves pesqueras en los bordes de nuestra zona económica exclusiva. Esto último es una clara violación del derecho internacional para el cual los tratados deben ejecutarse de buena fe, principio que en este caso se está violando abiertamente.

Debemos replantearnos la relación con China si aún nos queda algo de dignidad.

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