
¡Larga vida al rábano!
Quito, Ecuador
Una de las características de las nuevas generaciones es su amor por los animales. Sentimiento tan loable como curioso, porque no los conocen. El crecimiento vertical de las ciudades, la sustitución de los jardines caseros por parques públicos, la desconexión cada vez más acentuada de la vida rural -la que apenas han cruzado en algún paseo familiar o en su versión digital a través de «Google Earth»-, impide a los jóvenes convivir con los animales, y los lleva a compensar la culpa urbana con excesivas manifestaciones hacia estos maravillosos seres de la Creación, que jamás han tenido el privilegio de criar. Imagino el llanto de muchos por George, la solitaria tortuga de las Galápagos, la indignación de otros porque los japoneses comen sopa de aleta de tiburón, la formación de cruzadas para impedir las corridas de toros o mingas para devolverle un hogar a los perros callejeros. ¡Conmovedor!