Preocupante

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Honda reflexión merece el curso de las votaciones en Argentina y en Bolivia. Tal parece que una masa urgida, amorfa y necia ha encontrado en el regreso al pasado una respuesta inmediata a los esfuerzos para recuperar el norte en esos países extraviados.

Ante la dureza de la crisis, el desamparo frente a la pandemia, los escándalos de corrupción comprobados, el mensaje de ajustarse los cinturones, ante una realidad desoladora, la respuesta ha sido apostar a las quimeras, a los cantos de sirena, a las ofertas imposibles. Pero sobretodo al malo conocido, al sabelotodo, al milagrero. A aquel que finalmente gobernó por años, a aquel que manipuló al pueblo como quiso, a aquel que les vendió un discurso tan irrealizable como sus sueños.

Y la pregunta que flota en el aire es: ¿por qué? ¿Cuáles son las razones recónditas y profundas para que los pueblos se precipiten hacia su propia destrucción o descalabro? ¿Qué los lleva a sostener contra toda evidencia a un personaje malsano para sus propios intereses? La psicología profunda de las masas es muy difícil de comprender. Se mueve entre el quemimportismo y la pasión, entre la humillación y la soberbia, entre la incapacidad de aceptar errores y la ceguera por repetirlos.

Un odio mal disimulado, una sonrisa entre burlona y desafiante y una ignorancia supina completan el desolador panorama. Quizás, la explicación más dolorosa es que los rebaños solo entienden de pastores, aunque su destino final sea el cadalso. Que es tal el nivel de frustración y desconocimiento que cualquier cambio al libreto ya trazado los llena de inseguridad y dudas.

Es probable también que escuchen con más atención al líder barrial, recién llegado de España o de Cuba, que al candidato serio, prudente y lejano. Es preferible aferrarse al discurso trillado, el de la pobreza injusta ,el FMI torturador e implacable, la desigualdad de oportunidades, que darle una oportunidad al discurso probado pero laborioso que predica el trabajo y la preparación como herramientas de progreso.

Es mejor asirse a la manija de un sueño sin esfuerzo que a la palanca real del ascenso mediante el esfuerzo. Cada país, por supuesto, escribe su propia historia. Las convulsiones internas se enfrentan de manera distinta y arrojan resultados diferentes. Desde la dureza de la bota militar chilena hasta la destrucción de la guerrilla senderista, pasando por una negociación híbrida en Colombia, casi todos los métodos han sido empleados.

El diálogo ha sido usado, abusado y deshidratado según la cantidad de saliva de la clase política a cargo. Y por cierto, el ingrediente populista, las teorías de la liberación y las aulas marxistas han aportado mucho al caos general en las masas.

No hemos sido capaces de hacer nada bien. Ni sentar las bases de una economía neoliberal, ni terminar de consolidar un régimen totalitario y estatista. Y así nos hemos debatido durante décadas, mirando hacia el providencialismo y enganchados en una demagogia que únicamente nos ha hecho perder identidad como País.

Una juventud plana, desordenada y desorientada prefiere huir a enfrentar. Les frustra la pobreza de sus mayores, su lamento perenne, su drama sin salida. Prefieren refugiarse en pandillas, bailar ritmos foráneos y rendir culto a la violencia para someter y distinguirse. Y van creando modelos de conducta en los más jóvenes. Otros caen en manos de coyoteros como alternativa a la falta de oportunidades o a la miseria.

La absoluta ausencia de valores, el matriarcado producto de padres irresponsables, el mensaje de las calles, todo apunta al atajo antes que al camino correcto. Hoy, sin embargo, la disyuntiva es apostar por una democracia libre y franca o continuar bajo un populismo agobiante y mentiroso.

Resulta ocioso seguir engañando al pueblo con ideologías caducas e impracticables. En las manos de todos, a través del voto, existe la opción de cambiar nuestro destino sufrido, maniatado y servil, subyugado por hombres y por teorías inservibles, por una opción real de cambio en manos de dirigentes serios, probados, exitosos y necesariamente honestos.

Dejemos de ser un tubo de ensayo cada cuatro años para líderes improvisados. Dejemos de creer en fabuladores y empecemos a tomar el destino en nuestras manos como ejecutores y no como espectadores. Es allí, con nuestro voto y nuestros actos para respaldarlo, que podremos sentar las bases para un futuro sin engaños.

No es tarea fácil, pero sin duda es más sencilla que contemplar la destrucción de nuestro país por inacción y temor a enfrentar a quienes pretenden dañar siglos de civismo e historia. Somos lo que somos gracias a una historia común y el sacrificio de todos. No permitamos que el odio y la ambición de unos pocos nos divida. Es nuestra tarea.

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