
Guayaquil, Ecuador
Si bien en condiciones “normales” el Estado ecuatoriano ha sido históricamente deficitario, es decir, con “sus ingresos” (lo que ha quitado a los ecuatorianos) no alcanza a cubrir “sus gastos”, el problema fiscal —que motiva una deuda sostenida y “que no tiene solución”— puede atribuirse a la “revolución ciudadana”.
La razón es en extremo sencilla: No se deben cubrir gastos permanentes con ingresos temporales. Eso fue lo que ocurrió tanto por razones demagógicas como ideológicas durante el “boom petrolero” que encontró la “revolución ciudadana”. En palabras sencillas, al surgir de manera “temporal” un ingreso extraordinario por concepto de petróleo, a Rafael Correa no se le ocurrió mejor idea que duplicar el tamaño del Estado ecuatoriano y, con ello, “el gasto permanente del estado”. El problema es que ese “gasto permanente” se cubría con un ingreso que, por definición, era temporal. A partir de ahí, el resto es historia.
Una vez que cayeron los ingresos petroleros —pues tarde o temprano eso ocurriría—, las finanzas públicas quedaron al descubierto. Desde el desplome del precio del barril, Ecuador comenzó a endeudarse de manera sistemática para cubrir “el faltante” y sostener su gasto. Aclarado esto, una vez más la revolución ciudadana es señalada como la responsable de otro de los grandes problemas del Ecuador: Una deuda creciente e insostenible.
Para terminar, el problema “tiene solución”, pero pasa por “reducir el tamaño del estado”, al punto de que “los gastos no superen a los ingresos”. En ello, la receta es conocida: priorizar, seleccionar, reducir, eliminar y mejorar la calidad del gasto. Sin embargo, los socialistas del siglo XXI nos dejaron una “legislación laboral” que también tiene que ser “borrada de la faz de la tierra” en orden a hacer esto posible.
Por último, ¿y por qué no pensar en los ingresos del Estado? ¡Cuidado! Eso equivale a pasarle la factura socialista a la familia ecuatoriana, a través de más y mayores impuestos. ¿Y para qué? Para que el Estado siga despilfarrando dinero. No, mi amigo, esa no es la vía.
Seguimos conversando.
