Teachers, Leave The Kids Alone (versión Ecuador)

Por Héctor Yépez Martínez

¡Niñas, niños! ¿Sabían que la deuda externa es “un instrumento del capitalismo internacional para presionar a nuestros gobiernos y exigirles pagos que nos han empobrecido aún más”?

Miren, en los años 70, hace mucho, mucho tiempo, Ecuador “se mantuvo en el marco del creciente predominio del capitalismo y la agudización del empobrecimiento y la dependencia”. Luego llegamos a los 80, donde llegó al poder un señor de bigote, de apellido Febres Cordero, que se encargó de aplicar “medidas de corte neoliberal que incrementaron el poder de banqueros y exportadores”. La siguiente década, gobernó un señor Mahuad, que fue un vendepatria. Sí, niños, porque “en acto de lesión a la soberanía, entregó a EEUU la base de Manta, sin beneficio para el Ecuador” e “intentó la dictadura”.

No se asusten, niños, que lo peor ya pasó.

Por suerte, “desde los años veinte y el surgimiento del socialismo se han plasmado avances legales que garantizan la vida y el trabajo de las personas”. Gracias a Dios llegó ese socialismo que “fue heredero del alfarismo y el radicalismo, y se constituyó en baluarte del laicismo” y que surgió de “una ola revolucionaria de América Latina”, despertada por Cuba en 1959.

Ahora lo importante es “combatir las injusticias que vienen del pasado y permanecen hasta hoy, y que amenazan con dividirnos. La unidad no puede darse si no hay solidaridad y distribución de la riqueza. El valor de la unidad es la justicia social.”

¿Entendieron? A ver, lección. ¿Qué es democracia? “Igualdad de derechos entre ciudadanos”. ¿Qué es lo opuesto al buen vivir? “Vivir mejor”.

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No, no les estoy recitando un panfleto de la campaña de Alianza País. Son citas textuales del libro oficial de Estudios Sociales para todos los niños ecuatorianos en séptimo año de educación básica, que tienen alrededor de once añitos.

Mientras nos tienen discutiendo si los nuevos impuestos son verdes o azules, nuestra educación básica hoy consiste en un bombardeo pedagógico donde nada hay más sublime que el socialismo, la teoría de la dependencia, la redistribución de la riqueza y la vida sacrosanta del Che Guevara. Todo lo demás es neoliberalismo sin alma, capitalismo salvaje y dictadura imperial.

¿Exagero? Retiro lo dicho si, además de la versión izquierdista de las citas anteriores, encuentran en los textos alguna otra versión igualmente válida para explicar los mismos hechos y que sea mostrada con el mismo nivel de credibilidad. Por ejemplo, si en los textos se dijera que muchos acusan al bienaventurado Che por más de un centenar de asesinatos (según otros, la cifra supera los dos mil). O si en el libro se mencionara que el alfarismo, supuesto padre del socialismo ecuatoriano, viene de un señor llamado Alfaro que se autodenominaba “liberal”. O que la servil base de Manta dinamizó la economía local. O que frente al capitalismo internacional que todo lo carcome, el genocidio del comunismo internacional supera la crónica roja de los nazis. O que muchos culpan a la teoría de la dependencia por la «década perdida» de América Latina. Todas las tesis anteriores, ciertas o no, tienen el mismo derecho de ser transmitidas a los niños, una vez que hemos decidido abordar estos temas a los once años y les estamos explicando su lectura socialista.

Nada de eso. Los textos escolares son claros: o pones en el examen que no hay más salvación que la izquierda… o te quedas de año. La cruda verdad es que la mente tierna de los niños ecuatorianos es hoy amamantada por la ideología del movimiento político que ha ganado las elecciones.

¿Pero eso —ganar las elecciones— es patente de corso para imponer un ideario en la educación infantil? De ninguna manera. En lo jurídico, la Convención Americana sobre Derechos Humanos garantiza la libertad de pensamiento, de por sí incompatible con cualquier clase de adoctrinamiento, y en Ecuador está vigente una Ley Orgánica de Educación Intercultural que expresamente prohíbe en la enseñanza cualquier forma de proselitismo político. La educación no puede cambiar cada 4 años. Su huella es de largo plazo y, cuando hablamos de niños, es más profunda que cualquier propaganda o discurso de tarima. La educación, por tanto, debe ser plural y ajena a las victorias electorales.

¿Pero no es toda educación en parte sesgada? Quizás. Todo proceso educativo conlleva una selección más o menos arbitraria de contenidos que son traspasados a la nueva generación. Sin embargo, hay que cuidar que, en materia política, dicha selección sea lo más plural posible. Así, hay dos opciones. O enseñamos la historia con la menor cantidad de juicios de valor o, si vamos a incluirlos, nos cercioramos de que esos juicios sean representativos de las diversas posturas que existen en la sociedad y no solo de aquellas que propugna el gobierno de la Revolución Ciudadana.

En el fondo, estamos frente a una estrategia que, violando derechos humanos de los niños, quiere asegurarse votos para pasado mañana. La gran perjudicada es la democracia, que necesita de un sistema plural para poder sobrevivir. Con ciudadanos que desde la infancia miran el mundo con una visera hacia la izquierda, es imposible un debate equitativo entre los diferentes movimientos ideológicos y políticos. No existe igualdad de armas electorales. La revolución está haciendo trampa.

Mi diagnóstico:

El adoctrinamiento político a los niños no admite duda. La solución, por supuesto, no es eliminar la izquierda de los textos escolares, sino ubicarla como una visión válida de la sociedad que compita con las demás. Se trata de fomentar una auténtica democracia en la que seamos los electores —sin sutiles lavados de cerebro— quienes elijamos si queremos gobiernos de izquierda, centro, derecha, diagonal u horizontal.

Hoy Ecuador vive una amenaza a la expresión de ideas críticas al poder. Mañana puede que, con un método infantil que busca moldear la ideología de las nuevas generaciones, esas ideas críticas simplemente dejen de nacer. Estamos ante el golpe de gracia de un proceso donde, cada vez con mayor claridad, se percibe una infiltración total del poder que viene ahogando la libertad. Esta vez, la más elemental: la de pensar.