Castigo a la ineficiencia

Por Camila Moreno

En Marmar, un restaurante en Damman, Arabia Saudita, el propietario tomó la decisión de multar a los clientes que dejen sobras en su plato de comida; la multa se calcula proporcionalmente en relación a la cantidad de comida que el comensal deje en su plato y procura limitar la producción de desperdicio y evitar que los clientes hagan pedidos extravagantes. Aun tomando en cuenta que definitivamente no estamos hablando de un país estandarte en la protección de las libertades individuales, una medida como esta no deja de ser extraña.

La doctrina que promueve el dueño del restaurante, Fahad Al Anezi, señala que no por pagar un bien se nos otorga también el derecho a desperdiciar lo adquirido y que el uso incorrecto puede producir sanciones posteriores. Esta medida sui generis podría asemejarse de alguna manera a la tasa progresiva en el consumo de energía (la nada popular medida con la que se logró que a mayor consumo doméstico de electricidad se incremente el precio de la misma), pero con una diferencia clara: las tasas progresivas son un incentivo para el ahorro; la medida de Al Anezi no busca incentivar el ahorro sino desincentivar el desperdicio.

Dejando de lado los comentarios que puedan surgir respeto a la restricción de la libertad del cliente, pues es él quien voluntariamente acepta los términos al decidir comer en el Marmar; rescato dos puntos importantes de esta medida: en primer lugar el hecho de que en una cultura como la saudí, donde se estilan grandes muestras de opulencia para demostrar estatus económico, alguien decida contribuir a evitar el desperdicio que se genera sólo para aumentar el prestigio social, multándolo y destinando los fondos recaudados a proyectos de ayuda contra el hambre en países pobres, enviando un claro mensaje sobre la responsabilidad social y ambiental que muchas veces olvidamos; y por otro lado, el incentivo que se crea al multar el desperdicio, el castigo a la ineficiencia.

Con esa premisa, he aprovechado este extraño suceso como una oportunidad para reflexionar sobre la manera en la que se debe disponer de los recursos, no sólo la comida, sino todos aquellos que gestionamos en nuestra vida diaria (dinero, tiempo, etc.); y les invito a realizar lo mismo. El lograr satisfacer las necesidades minimizando los recursos y maximizando los resultados, no es nada nuevo, es la base del principio de la eficiencia económica. Un recurso desechado es un recurso desperdiciado, que no contribuye a la producción, se pierde y con el perdemos también la oportunidad de aprovecharlo de alguna otra manera y mejorar los resultados que solemos obtener.

Un comportamiento económicamente eficiente, con una adecuada gestión de los recursos disponibles no sólo nos beneficia a cada uno de nosotros sino a toda la comunidad como tal, como un aporte para que este se convierta en un país más productivo y competitivo. Sería absurdo creer que la única manera de obtener un cambio en nuestra manera de pensar se puede obtener mediante medidas restrictivas como esta, sean adoptadas por privados o por el Estado como tal.

Lamentablemente la tendencia en el Ecuador es esta, esperamos cambios legislativos, endurecimiento de penas, aumento de impuestos, tasas… en fin creación de incentivos para cambiar aquellos comportamientos perjudiciales no sólo para nosotros como individuos, sino para la comunidad, la economía del país o el medio ambiente. Muchos de estos incentivos nos pueden parecer molestos, pero no podemos culpar al Estado por tomar medidas cuando los individuos no demuestran suficiente capacidad para gestionar sus recursos eficientemente, no puede ser él quien deba cargar con siempre con estas ineficencias.

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