Democracias delegativas

Por Joaquín Hernández

Guillermo O»Donnell, quien murió hace poco en Buenos Aires, vivió los días sombríos de las dictaduras militares del Cono Sur, los regímenes de transición que sobrevinieron en algunos casos y las democracias que han intentado constituirse posteriormente. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Yale, profesor emérito de la de Notre Dame, fue uno de los analistas e investigadores más lúcidos de este laberíntico período sudamericano donde muchas de aquellas dictaduras se transformaron, para desencanto de quienes lucharon radicalmente contra ellas, en «democracias delegativas», donde la dimensión de ciudadanía queda prácticamente reducida a la participación en elecciones. No por azar, muchos de estos gobiernos presuntamente democráticos niegan sistemáticamente en la práctica que la efectividad del conjunto de derechos democráticos y liberales es condición de la plena ciudadanía civil y política y por tanto de la democracia misma.

Los aportes teóricos de 0″Donnell fueron muchos: su conceptualización del estado burocrático autoritario, las ciudadanías de baja intensidad, el concepto de democracias delegativas. Los gobiernos autoritarios por cierto no requieren solo de líderes autoritarios y de comisarios políticos encargados de controlar disensiones sino también de ciudadanos que se sienten cómodos o indiferentes mientras se atropellan las libertades. «Vivir en Buenos Aires en esa época…una de las cosas que algunos aprendimos fue que para entender el poder autoritario no bastaba, como yo había hecho hasta entonces, concentrarse en los grandes procesos políticos. Sobre todo en situaciones represivas tan agudas, en la que los miedos se alimentaban de una constante incertidumbre acerca de quién y por qué sería la próxima víctima, uno aprende, con rabia impotente, que se sueltan los lobos: los pequeños déspotas que hay entre nosotros, los que en contextos sociales menos brutales tienen que reprimir su voluntad de reprimir a otros, obtienen desde el estado apoyo ideológico y amplio permiso para ejercer sus micro despotismos».

La esencia de las democracias delegativas, comentaba hace dos años en La Nación, es que quienes son elegidos democráticamente, después «creen tener el derecho y la obligación de decidir como mejor les parezca qué es bueno para el país, sujetos solo al juicio de los votantes en las siguientes elecciones». Y de permanentes encuestas de aceptación. Están seguros que los ciudadanos les delegan plenamente esta autoridad durante el tiempo para el que fueron electos y que podría, por supuesto, ampliarse. Por ello, «todo tipo de control es considerado una injustificada traba; por eso los líderes delegativos intentan subordinar, suprimir o cooptar estas instituciones».

«Todo esto ocurre con entera lógica: para esta concepción supermayoritaria e hiperpresidencialista del poder político, no es aceptable que existan interferencias a la libre voluntad del líder». 0´Donnell no aceptó estas democracias subsidiadas.

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