En la ciudad de la furia

Por Mauricio Maldonado Muñoz
Buenos Aires, Argentina

De seguro algunos vieron la película «Paris je t’aime» y otra venida de su estilo: «I love New York». Ambas son buenas películas y te hacen querer estar allí, pues son dos de las más hermosas urbes que haya en el mundo. Ciertamente estas películas no son las únicas que se hayan hecho sobre estas ciudades, ni éstas son las únicas ciudades sobre las que se hayan hecho películas.

Y es que, como se entrevé del libro «Las ciudades invisibles» de Italo Calvino, hay ciudades con alma y hay otras que no tanto. Y vale más rondar aquellas con alma que las que no la tienen o la han perdido. Por eso algunas son musas, que inspiran creaciones, que se quedan en las retinas y que jamás se van de las memorias. Roma, Venecia, Buenos Aires, sólo por citar algunas, son temas recurrentes de los libros, de las pinturas, de las canciones, de las películas. Basta recordar «La Dolce Vita» de Federico Fellini y con ello a Roma o pensar en Woody Allen y sus tres últimos films o, mi favorito a ese efecto, Bernardo Bertolucci, quien rodó sus dos mejores trabajos justamente en París: «Soñadores» y «El último tango en París», con el legendario Marlon Brando. Los ejemplos son muchos y el espacio es limitado, aunque confío en que los lectores podrán rememorar estas obras de que hablo y otras de las que se podría hablar en extenso.

La vida, por estos tiempos, buscando un crecimiento profesional, me ha traído a Buenos Aires y, quiero decirlo, ha sido generosa en ese sentido. Porque la «ciudad de la furia» es musa, es lugar con alma, son canciones, películas, pinturas. Buenos Aires es el café de las esquinas, las mujeres hermosas que caminan erguidas y mirando al frente, los teatros y los conciertos semanales, los libros y los árboles tan altos como edificios en las calles internas de noches que no terminan. Eso y otras cosas que contrastan y que devuelven los pies a la tierra; porque Buenos Aires también son los mendigos de las calles, los barrios periféricos. Obviamente, no todas las almas son iguales, ni las ciudades con alma las tienen tan incólumes. Por eso también se puede decir: «Buenos Aires se ve tan susceptible» o «Hey, Buenos Aires, es con vos».

Por estas calles también rondan Borges y Cortázar y los sueños atrasados de alguien que no conoces: las personas en los colectivos y subtes, que no saben que los has visto mirar perdidos a un punto cualquiera y bajar apurados entre muchos, perdidos entre todos. Porque las ciudades también son las historias de esas personas y no solamente sus monumentos. Por eso cuando recuerdo al Quito que dejé, pienso más en mis amigos que en las calles que a veces quisiera transitar, aunque el tráfico me vaya a sacar de quicio. Y, les cuento, y no soy el único quiteño al que le pasa, uno extraña las montañas, porque Quito está allí, abrazada.

Uno extraña algunas cosas y otras no, añora algunas y se olvida de otras. En mi caso, vivir solo y lejos de la familia y los amigos, ha sido aprender a enfrentarse con pasiones, temores, certezas y sueños. Ha sido aprender a cocinar y pagar el precio de que a veces el olor a quemado te cuente que ya tu comida está lista. La lejanía se morigera, eso sí, gracias a la tecnología que te permite estar contacto con los seres queridos.

Estar así de lejos es, por ejemplo, tener muchas ganas de comida ecuatoriana y saber que no está a la mano, querer cosas pequeñas que se encontraban tan cerca y que ahora ya no tanto. Es el lugar para aprender a arreglárselas y no es precisamente un sacrificio, sino más bien una forma de aprendizaje y de examen personal que a todos nos hace falta siempre (ya lo decía Sócrates: «La vida sin examen no vale la pena ser vivida»).

¿Qué traerá mañana Buenos Aires? ¿Será San Telmo en domingo de murga y gente de fiesta? ¿Será un asado? ¿Será ir a la cancha y escuchar a miles de hinchas alentando por su camiseta? Lo que sea, lo que traiga, será algo más con lo que me quede, algo mío de ahora más, en la forma en que venga; como la madrugada que entrecruza a los que salen de una fiesta y los que empiezan su jornada laboral; tal vez una laguna y sus patos en los bosques de Palermo o los ojos más hermosos que haya visto en una mujer.

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1 Comment

  1. excelente articulo… con tantas verdades, para tranquilizar esos miedos te puedo decir:  hablas el mismo idioma y eso es un mundo.

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