Colombia, confiar o no confiar

Por Joaquín Villalobos
San Salvador, El Salvador

Si el éxito de los procesos de paz dependiera de la confianza personal, los mejores pacificadores tendrían que ser sicólogos, religiosos, chamanes, gurús en superación personal, brujos e, incluso, uno que otro buen vendedor. Su tarea sería convencer a las partes de que regresen al buen camino. La más célebre cita de Clausewitz dice que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, por tanto la paz no es otra cosa que la continuación de la guerra por medios pacíficos. Las posibilidades de un proceso de paz no se miden nunca por la buena voluntad del enemigo, sino por cuanto un cambio de contexto puede conducirlo a transformar la guerra en política.

Que las partes intenten tomar ventaja es un supuesto elemental de un proceso de paz. En una negociación se confía primero en el plan propio, luego en los acuerdos que se alcancen y solo al final puede aparecer alguna confianza en la contraparte. Este proceso no funciona a la inversa. La desconfianza es por tanto normal y nunca debe ser excusa para perder la oportunidad de resolver un conflicto.

El Gobierno de Colombia ha decidido correr los riesgos para lograr un acuerdo de paz con las FARC y acabar con el conflicto insurgente más largo de Latinoamérica y con más de un siglo de violencia política en el país. Sostiene que Colombia y el entorno regional han cambiado. Esta premisa es correcta; si las FARC lo han entendido solo lo sabremos en el camino que va a iniciarse.

Las FARC han sido un actor político, militar y también criminal de la Colombia rural profunda; y la causa principal del conflicto ha sido la ausencia de Estado en esa Colombia olvidada. Pero, en la última década el Estado tomó control de su territorio y ahora está presente en los 1.120 municipios del país. Primero con una fuerza policial y militar compuesta por 450.000 hombres y luego con los servicios y programas de educación, salud, justicia y desarrollo. A partir de esta nueva realidad intentar hacer la paz con poderes locales alternativos al Estado, que han sido debilitados, es no solo inteligente, sino indispensable.

El fortalecimiento del Estado colombiano coincidió con transformaciones económicas y políticas en marcha en Cuba con vistas a un futuro entendimiento de la isla con EE UU, con cambios políticos en la situación interna de Venezuela y con el hecho de que las FARC son el patito feo de toda la izquierda latinoamericana. Las distintas izquierdas en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, El Salvador, Uruguay, Brasil, México, Guatemala, Paraguay, Honduras, Perú, Chile y en la misma Colombia han sido exitosas en lograr con votos lo que las FARC insisten en lograr con las botas y las drogas. Dejar las armas no es ahora una claudicación, sino una necesidad. Cuanto más tarden en abandonar la violencia más les costará ser una fuerza política nacional y más se convertirán en vulgares bandidos.

Es fácil asustar a los militares con la paz, pero pese a los errores, las fuerzas de seguridad colombianas han logrado un prestigio y una legitimidad sin precedentes en el continente. Colombia no es ni Argentina en los años setenta, ni Guatemala en los años ochenta. Un acuerdo de paz consiste en poner en términos políticos lo alcanzado militarmente y esa correlación de fuerzas no se altera con bombas y tiros de última hora. Colombia tiene ahora una dinámica en la cual esta guerra es solo un tema más, la oportunidad es grande, pero el tiempo es corto.

* Joaquín Villalobos es un político salvadoreño que dirigió el guerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario El País.

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