Hablando de apostasía…

Por Ernesto Arosemena
Guayaquil, Ecuador

Hace algunos meses apareció en el vocabulario de un pequeño grupo de guayaquileños la palabra “apostasía”. Un puñado de gente promocionó esta idea y otros dos puñados la acogieron de buen grado “apostatando” formalmente. Aunque el incidente no haya tenido mucha trascendencia, me parece apropiado aclarar, para futura referencia, qué significa y qué no significa todo esto de la apostasía.

Mi viejo amigo, el Diccionario de la RAE, maneja varias acepciones para “apostatar”, y el Código de Derecho Canónico (c.751) define apostasía como “el rechazo total de la fe cristiana”. Este rechazo podría presentarse de múltiples maneras, pero para este artículo me interesa primordialmente el denominado “Actus formalis defectionis ab Ecclesia catholica” (Acto formal de defección de la Iglesia católica).

Se explica bastante bien en el link anterior, pero para una mejor comprensión de lo que esto es, y de lo que no es, me gustaría emplear una “parábola”. Me atrevo a pensar que si Jesús, en nuestra época, estuviera explicando este particular a sus discípulos, probablemente lo haría con palabras similares a las siguientes:

“La apostasía se parece a un hombre que escribe una carta y la lleva a un notario. En esta carta declara que rechaza absolutamente ser considerado como hijo de la que, hasta ese momento, ha sido llamada su ‘madre’; que ha cambiado legalmente su propio nombre para que refleje esta nueva situación, y que renuncia a cualquier derecho u obligación en relación a su ahora inexistente filiación materna. Desea, pues, que conste oficialmente que no se considera hijo de aquella mujer. Al salir de la oficina del notario, el hombre lleva dicha carta a su ex-madre para que la lea y la firme, dejando así constancia de haberla recibido.”

No tengo idea sobre si sería o no posible, legalmente, hacer lo descrito con la madre de uno; pero en el ámbito eclesial, si me permiten tener el amoroso detalle de equiparar a la Iglesia con una “Madre”, ciertamente que sí lo sería: uno podría, si por algún motivo lo deseara, declarar por escrito que no quiere seguir formando parte de la Iglesia católica, a la cual comenzó a pertenecer desde el momento de recibir el sacramento del Bautismo (nuevo nacimiento, diría Jesús). Basta con desearlo internamente, manifestarlo externamente y oficializarlo ante la autoridad eclesial competente. Este acto tendría un valor jurídico real, y se le ha llamado comúnmente apostasía.

En principio, considero esta acción como un recurso del todo innecesario. Cuando uno no quiere “ser católico” simplemente no va a Misa, no reza, no recibe ningún sacramento, no habla de Cristo ni piensa en Él, ¡y ya está! ¿Para qué hacer todo un trámite administrativo que deje sentado que uno no cree en algo? Si alguien no admite el valor del bautismo, básicamente tampoco debería admitir que es de verdad miembro de la Iglesia. ¿Para qué entonces se necesita un documento “legal” que lo atestigüe? ¿Para qué darle importancia a una institución que no respeto y a una fe que no comparto?
Tengo unas pocas teorías acerca de por qué alguien podría querer hacer algo como esto.

La primera podría ser: por ignorancia. El apóstata suele creer que el libro de bautismos que se mantiene en una parroquia es una nómina de miembros de la Iglesia, y le repugna que su nombre conste en ella. Exige ser borrado, y cree que con apostatar formalmente eso sucederá, o que tiene el derecho constitucional a que eso suceda… Nada más lejos de la verdad. ¿Quieren saber dónde podrían encontrar una “nómina” de miembros de la Iglesia? Les recomiendo leer, en el Evangelio según san Lucas, el capítulo 10, versículo 20 (–¿No pones el link? ¿Me vas a hacer buscar en la Biblia? –Jajaja, sí, definitivamente). Fuera de eso, no encontrarán una “lista de miembros” en ninguna parte.

El libro de bautismos representa sólo una constancia de un acontecimiento que sucedió en un tiempo y un espacio determinados. Tal día fue bautizada, en tal parroquia, tal persona, hija de fulano y de mengana, por el cura tal. Eso es. Es como si fuera un registro de que visitaste un edificio o una urbanización privada. Es un respaldo para poder emitir, cuando el bautizado así lo requiera, la llamada “Fe de Bautismo”, que no es otra cosa que un certificado de haber sido bautizado. ¿Acaso uno podría exigir que se elimine de la hoja de registro, en la que el guardia de turno ha apuntado según una norma, que el individuo tal, con cédula de ciudadanía número tal, visitó tal día la oficina o la casa de tal persona? Yo asumiría que no. Asimismo, tampoco se podría borrar el registro, asentado en su momento, de que unos padres llevaron a bautizar a su hijo. Simplemente es algo que sucedió y que quedó registrado. No vale sufrir tanto por eso.

Lo que sí se podría hacer en estos casos, y de hecho se hace cuando toca, es apuntar como nota marginal, en la hoja correspondiente del libro de bautismos, que el susodicho bautizado ha realizado un actus formalis defectionis ab Ecclesia catholica. No se eliminará la constancia de que fue bautizado, pero sí se dejará claro que apostató. La apostasía no revoca el bautismo (así como la carta de mi “parábola” no revoca el nacimiento del tipo que la escribió), pero sí deja constancia jurídica de que ese bautizado no se considera a sí mismo como miembro de la Iglesia. Más que eso, no se podrá conseguir. No se les puede exigir a Dios y a la Iglesia que dejen de considerar a alguien como su hijo, así como tampoco se le podría exigir a la madre de la “parábola” que corresponda al desprecio de su vástago. La madre recibe la carta, y también lo hace la Iglesia, y le concede su deseo al hijo apóstata; pero, a nivel espiritual (en el que no cree el protagonista, así que no debería importarle a fin de cuentas), nunca dejará de ser hijo de Dios ni de la Iglesia alguien que ha sido válidamente bautizado; sólo será el equivalente a un hijo en rebeldía, y como tal podría regresar, cuando así llegara a desearlo, a la que seguirá siendo su casa para siempre. La parábola del padre misericordioso (más conocida como “del hijo pródigo” –Lc 15, 11-32) lo describe de modo clarísimo.

Otra teoría: por mantener una coherencia de vida. Esta la encuentro bastante digerible. Puedo, sin duda, comprender que a alguien no le baste ser un apóstata de facto, sino que procure serlo de iure, como un acto que respalde su estilo de vida o sus posiciones políticas ante las demás personas. Por ejemplo, imaginemos a un activista del aborto, de la promiscuidad y del ateísmo militante. En una persona de dichas características se comprendería que pudiera querer hacer pública y oficial su “desafiliación” a una institución que defiende a ultranza una infinidad de cosas esencialmente contrarias a las que aquella propone. Obviamente ayudará a consolidar la imagen que quiere proyectar de sí misma, y de paso le prevendrá de caer en incoherencias que, a nivel familiar o de amistades, pudiera llegar a cometer en este sentido (por ejemplo, si alguien no supiera de su apostasía y le propusiera matrimonio, o si le pidieran apadrinar en un Bautismo o en una Confirmación, esta persona jamás podría acceder a tales cosas; y aunque al final aceptara, por la razón que fuere, igual no se le permitiría llevar esto a cabo, porque se encontraría en estado de excomunión). Es un paso muy serio el que estaría dando.

Una última teoría: por simple novelería. No sería tan raro que suceda, sobre todo entre los más jóvenes, cuyo pensamiento muchas veces gira en torno al “se puso de moda algo, me adhiero; mis amigos lo hacen, yo no puedo quedarme atrás; salió en TV, debe ser cool; mis “viejos” me dicen algo, tengo que hacer lo más diametralmente opuesto; lo dice el Papa… ¿qué le pasa al Papa? Que se quede en su basílica y no fastidie; me gusta marihuana, me gustas tú; ¡Viva el Che Guevara! ¡Viva la revolución! ¡A quemar sostenes!; oye, bro, hay unos manes en internet que invitan a llenar un formulario para darse de baja de la Iglesia católica… ¡dale, vamos!”.
Daría verdadera lástima si este fuera el caso de alguno, pero no deja de ser una posibilidad real.

Siempre hay una edad en que la gente se pone terca, rebelde (por eso le llaman edad del burro), y se caracteriza por la idea de que lo antiguo es malo y equivocado, mientras que lo nuevo, lo contrario a lo anterior, lo mío y lo de mis amigos: eso es lo correcto, lo ideal, lo bueno, lo que vale la pena. Este tipo de soberbia risible generalmente se va aminorando conforme pasan los años; sin embargo, siempre es duro reconocer los propios errores, sobre todo en materias de gran importancia (como lo es la religión), o en las cosas sobre las que uno se ha pronunciado públicamente (hoy por hoy mucho más fácil que antes, gracias al internet), de forma masiva y/o a voz en cuello. Por eso, esta edad, que usualmente comienza en la adolescencia, podría muy bien extenderse indefinidamente hasta que, por fin, se le dé paso a la verdadera madurez, caracterizada por la humildad y la paz. Habrán casos más duros que otros, pero confío en que existe esperanza para todos.

Con todo, sepan los interesados que nunca es demasiado tarde (ni demasiado temprano) para arrepentirse. El paso más importante –el primero y el más indispensable– consiste en aprender a reconocer las propias miserias, para poder corregirlas. Si no, nunca se madurará realmente. Y esto es aplicable a todos los ámbitos.
Dios les bendiga.

* Ernesto Arosemena es diácono de la Iglesia Católica. Su texto ha aparecido originalmente en el blog «Al César lo que es del César».

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3 Comments

  1. Según lo ha definido bien el diácono Arosemena yo no soy católico: no voy a misa, no rezo, no hablo de Cristo , etc etc. Pero hay mucha razón y entereza en lo que expone. Una actitud serena, en contraste con la bullanguería de los supuestos apostatas (muchas veces fanáticos de alguna ideología). Esperemos que la sensatez sea la política de la Iglesia. No siempre ha sido así…

  2. Tengo entendido que en España la Iglesia recibe dinero del estado en función del número de católicos registrados como bautizados. En ese caso la apostasía tendría sentido pues el apóstata no estaría apoyando económicamente una Iglesia en la que no cree.

  3. con el respeto al que redacto lo anterior expuesto la verdad es que es algo libre y sin presidencias uno al realizar ese acto que según tu lo expones como es mejor no hacerlo es preferible saber respetar opiniones y criterios no propios de uno la verdad yo no creo que en el medio ecuatoriano la mayoría lo haga por novelería sino por ideales justos y grandes y obviamente de que hay hay. pero es cuestión de cada quien realizarlo y si pasa algo siempre hay como remediar las cosas. el humano es humano no divino para no cometer errores pero tampoco hay que obligar a nadie a meterse en algo si no tiene conocimiento pleno y libre de hacerlo el bautismo se ve como una tradición sin objeto el niño bautizado no sabe que es lo que acepta al bautizarse es como hacer firmar un contrato legal a una persona que no sabe ni leer ni escribir.

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