Unas malas palabras sobre el aborto

Por Diego De la Rosa Bermúdez
Guayaquil, Ecuador

El aborto es igual a cualquier conflicto humano, es decir, entraña la violación de un deber humano, impuesto por normas morales. En la historia, de acuerdo al desarrollo ideológico, el ser humano, tiende a valorar a ciertas violaciones a deberes morales de modo tan grave, que hace necesaria la intervención del Derecho. Así igualito era cuando nuestro Código Penal, en el siglo XX sancionaba con cárcel la homosexualidad y el adulterio.

El aborto es entonces una infracción de profunda raíz moral, que enfrenta por una parte el derecho a la vida, y por otro, el derecho a la auto-determinación reproductiva, cuyo resultado práctico es dejar nacer un ser humano o dejar que la madre decida sobre su propia vida. Por ello, sea como sea que se legisle el aborto, va a existir alguien disconforme. Y creo: no puede ser de otra manera.

Aclaremos que los derechos en conflicto son de igual jerarquía. Así dice la Constitución (Art. 11.6) en función de la idea de dignidad humana. Cuando las medidas que realizan derechos constitucionales se contraponen, el conflicto debe decidirse por la interpretación proporcional-ponderativa, lo cual es algo así como: “Establecer motivadamente cuál derecho es el más afectado en el conflicto”, en el caso concreto sería quién pierde más: la madre o el hijo. Y aquí, según DWORKIN, la solución del legislador es más un acto moral que un razonamiento jurídico.

No es lo mismo el aborto en una adolescente pobre de 15 años, que en una señora pudiente de 40 años, y viceversa. Hay valientes madres solteras que han criado a varios hijos. Hay malas madres que los han abandonado a su suerte o los explotan laboralmente. De todo hay en la vida.

Entonces: ¿Qué hacemos?

La solución es bastante simple: pensemos en ese niño o niña.

La legislatura cuando penaliza el aborto, no dispone recursos humanos y económicos para que los niños no deseados dejen de convertirse en el grupo de más alto riego para el engorde de la malnutrición o explotación infantil. Y nosotros, sabemos que un sector de niños ecuatorianos vive jodido y no nos importa, porque políticamente estamos más preocupados del subsidio a la gasolina o la falta de dinero circulante.

Los activistas pro-vida, que generalmente son gente soltera, religiosos, o personas con una estabilidad económica promedio, no son precisamente padres adoptivos o donadores importantes a programas sociales. Defender la vida, con el sacrificio de un tercero o con plata del Estado, no se vale.

Dirá usted: ¿Y la vida del feto? Pues actualmente en el Ecuador hay la “fantabulosa” cifra de CERO PERSONAS condenadas por aborto, una cifra negra de abortos alta, malas madres explotadoras, y por supuesto, muchas historias de madres valientes. Saque usted la conclusión sobre la realidad socio-jurídica del feto.

Quien se arrepiente lo hace por temor divino y amor de madre.

La que no, pues, es la vida de ella, no su vida: ¿Usted es perfecto?.

Con un estudio científico que indique la formación del cerebro, no creen que sería suficiente para establecer un máximo de meses para que una madre elija su vida.

Mientras tantos las normas para la fiscalización del Estado son las menos discutidas: contratación pública, sistema financiero, selección de personal público, procedimientos de fiscalización popular de los actos públicos.

¿Acaso no sentimos que seguimos un perverso juego de distracción?

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