Pacto de México

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

Quizá uno de los acontecimientos más importantes para la construcción de verdaderas democracias y para el fortalecimiento de la ciudadanía en América Latina es el Pacto de México que acaban de firmar,- horas después de haber asumido el poder el presidente Gustavo Peña Nieto,- los presidentes de los tres partidos políticos más importantes del país, Acción Nacional (PAN), Revolucionario Institucional (PRI), Revolución Democrática (PRD) en el castillo de Chapultepec.

El documento firmado contempla el consenso para aprobar y ejecutar 100 acuerdos con las correspondientes reformas legales y el plazo para cumplirlas. Nada que ver por supuesto con las declaraciones populistas y folklóricas de otros países del sur donde la retórica contra el imperialismo, el neoliberalismo y los enemigos de un presunto proyecto revolucionario acorde con los nuevos tiempos desafían la racionalidad mientras centralizan el poder y coartan el derecho a la crítica y a la libre expresión.

El Pacto de México por el contrario es un documento sobrio que asume realísticamente la situación del país, sus posibilidades y también, -sin satanismos ni condenas,- trata de desechar a los poderes fácticos que han distorsionado la economía, fomentado la corrupción y el clientelismo, protegido a los monopolios e impedido el crecimiento social de las mayorías.

Era evidentemente la única alternativa posible para el nuevo Gobierno mexicano, para los partidos políticos de oposición y para un país que está destinado, -por su historia, su rica cultura y su inmensas potencialidades, – a un sitial privilegiado en América y en el mundo y no a aparecer trágicamente en los reportes noticiosos, sea por la violencia desatada, sea por el drama de sus inmigrantes.

No será una tarea fácil para el presidente Peña Nieto. Se trata de destruir estratégicamente lo que Salvador Camarena en El País llama la herencia envenenada que el nuevo presidente recibe. Precisamente el Pacto, sin declaraciones altisonantes ni mesiánicas, parte del consenso que la debilidad institucional es la otra cara de la inequidad social y de la falta de competitividad del país en el mundo. Que los tres partidos hayan accedido a esta firma entonces es un buen comienzo, si se toma en cuenta la presencia del PRD que ha entendido su vocación de izquierda desde una visión de largo plazo. Y anotar que los violentos disturbios que sacudieron las inmediaciones del Palacio Legislativo y más tarde la Alameda Central y los alrededores de la Feria del Libro en Guadalajara, han sido promovidos por anónimos grupos anarquistas – la capucha es nuestra amiga – a quienes ha llamado por su nombre el saliente alcalde de la Ciudad de México e incluso de los cuales los integrantes del movimiento #yosoy132 han deslindado su participación. Ciertamente la arremetida contra el nuevo presidente no tardará. Al igual que lo sucedido en la España que acababa de salir del franquismo con los Pactos de la Moncloa, el Pacto de México deberá ser la carta de constitución de una democracia verdadera.

* El texto de Joaquín Hernández ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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