El Libertador

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Francisco de Miranda, venezolano, hijo de un mercader canario a quien cerraron las puertas los gran cacao de Caracas, soñaba, escribía y peleaba por la liberación de América, inspirado en la filosofía del Bill of Rights norteamericano. Advirtió desde un inicio que las élites criollas estaban más interesadas en extender sus dominios feudales, desplazando a las autoridades de la Corona, que en abrazar un proceso de emancipación que terminase también con sus privilegios aristocráticos. Miranda recriminó a Bolívar su ambición de poder antes que de libertad, la primera vez que este lo visitó en Londres para pedirle que se pusiera al frente del ejército independentista.

Bolívar, un criollo pura cepa que se creía predestinado al mando supremo, fue llamado Libertador, quizás por juego verbal, ironías del destino, dados manipulados de la historia que podían haber caído por la cara del villano, mas rodaron en favor del héroe. Simón Bolívar y Palacios, lo más representativo de la privilegiada élite caraqueña de la época, era ambicioso, en extremo, con una irrefrenable sed de poder. Luego de perder frente a las fuerzas realistas comandadas por el español Monteverde la estratégica batalla de Puerto Cabello, escribió a su superior, el generalísimo Francisco de Miranda, reportándole la derrota. Miranda, que se lamentaba haber encomendado a Bolívar una batalla que le quedó grande, no tuvo más remedio que capitular y preparar su partida para rearmar las fuerzas independentistas con apoyo inglés. Bolívar vio entonces la oportunidad de acusar a su jefe de traidor, de querer huir con los tesoros de la Patria, y lo apresó para luego entregarlo a España, donde la Inquisición lo había perseguido por décadas.

Requisaron el barco en el que zarparía Miranda, en busca de los supuestos tesoros, de material de condenación frente al Santo Oficio y, sobre todo, de la carta en que Bolívar se autoinculpaba del fiasco militar, a fin de borrarla de la historia. No encontraron nada, pero Miranda ya había sido ofrecido a Monteverde a cambio de salvoconductos para Bolívar y los conjurados. Así fue como el Generalísimo fue a dar con sus huesos en las mazmorras del ejército monárquico, para ser recluido luego en la cárcel del Carracal, en Cádiz, donde moriría años más tarde.

Miranda, el estratega de históricas batallas, cuyo nombre está grabado en el Arc de Triomphe por sus servicios a la revolución francesa, lector incansable, uno de los pensadores más adelantados a su tiempo, políglota, embajador sin bandera de la causa de la libertad, no solo fue el superior militar de Bolívar; fue su maestro, su mentor, el precursor de una América sin fronteras que las ambiciones de poder convirtieron en pasto de caudillos que vieron en las nacientes repúblicas versiones corregidas y aumentadas de sus encomiendas, pero ya sin tener que rendir cuentas a la Corona.

Parece un giro expiatorio del destino que el nombre de Bolívar haya servido para bautizar una revolución totalitaria en su tierra natal: Chávez no debe haber imaginado la reivindicación que supondría para Miranda, el gran liberal venezolano.

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