Almodóvar: Lo mejor que puedo hacer ahora por el pueblo español es divertirlo

Madrid, 18 feb (EFE).- La gente se lo pedía y Pedro Almodóvar, finalmente, sucumbió. «Los amantes pasajeros» es el regreso del maestro al espíritu hedonista, descabellado y sexy de su cine de los 80, un grito libérrimo que vuelve a parecerle necesario. «Lo mejor que puedo hacer ahora por el pueblo español es divertirlo», dice.

«Me hace gracia que, como si se tratara de un cliente habitual en un comercio o donde va a comprar algo, los clientes-espectadores me pidieran por la calle una comedia», dice Almodóvar en una entrevista con Efe, pero él mismo, después de la negrura abisal de «Los abrazos rotos» y, sobre todo, de «La piel que habito», necesitaba «airearse» con este filme luminoso que se estrena el 8 de marzo.

«Airearse» no puede ser más literal. Almodóvar diseña un vuelo «al borde de un ataque de nervios» por la posibilidad de una catástrofe aérea, con azafatos y pasajeros que congregan a un reparto coral con Javier Cámara, Lola Dueñas, Cecilia Roth, Hugo Silva, Raúl Arévalo «y otros chicos del montón» dispuestos a dar rienda suelta a esa «ley del deseo» de manera más celebratoria que nunca.

«Es una comedia oral, porque se habla muchísimo; moral porque es un viaje que cambia ligeramente a los personajes, o por lo menos de un modo definitivo, e irreal porque, deliberadamente, he querido que la comedia transcurra en una especie de limbo donde este avión da vueltas sobre sí mismo sin ir a ningún lugar», resume.

Eran ya muchos años sin entregarse al despiporre, pero Almodóvar se ha sentido en plena forma. «Es muy grato ver que, en efecto, un tono que no estaba ejercitando últimamente sigue dentro de mí, y que cuando la idea lo merezca o la historia que tenga que contar lo decida, a pesar de los dolores de cabeza, de los años, no ha desaparecido en mí esa capacidad».

«Un drama también produce mucho placer al verlo. Pero me alegra mucho que en el año 2013, un año que se presenta difícil para todos, el espectador que vea la película vaya a salir con el ánimo por encima de como entró», reconoce sobre un filme que «hay que promocionar como una fiesta, como quien va a una fiesta para huir de catástrofes».


En las fiestas de Almodóvar, en cambio, ya hace muchos años que entran otros factores además de la diversión. Y en ese avión de la aerolínea Península, aunque uno de los elementos cómicos «es la ausencia de conexión con teléfonos, vídeos, pantallas de todo tipo», dice el cineasta, la realidad acaba por filtrarse como un color más en la paleta almodovariana.

«No hubiera podido evitar el hecho de que la película está hecha desde ahora mismo y desde mí mismo. He cambiado también. No es que no sea la misma persona, pero han pasado treinta años desde que empecé. Incluso aunque yo hubiera querido hacer una película exactamente como en los primeros ochenta no lo hubiese conseguido. No estoy en ese lugar y tampoco la sociedad española lo está», asegura.

Almodóvar, propulsor de una ruptura que daba la espalda a la dictadura, se pregunta con la evolución política y económica del país «¿Qué ha hecho España para merecer esto!». «Yo no creo que España tenga lo que se merezca. España merece algo mucho mejor de lo que tenemos», dice.

«Afortunadamente, la gente está mucho más concienciada que nunca. Esa será la gran arma para que las cosas puedan cambiar, aunque no es fácil. Yo como individuo y ciudadano puedo quejarme de la situación. Ahora como tantísimos miles de españoles que salen a las calles, creo que hay muchísimos elementos que hay que cambiar. Elementos que tienen que ver con el sistema, elementos descomunalmente grandes», explica.

Así, entre esos «Amantes pasajeros» no falta un aeropuerto sin utilizar por la especulación, un «ladrón de guante blanco» que se apellida Mas y que huye de un caso de corrupción, o una «madame» sadomasoquista y «chantajista profesional» con conexiones en el Opus Dei y la Casa Real.

Almodóvar quería abstraerse de la actualidad, pero confiesa: «Viendo ahora la película y contemplando lo que hay a nuestro alrededor, veo que hay una presencia de nuestra realidad mucho mayor de la que yo intuía o de la que yo deliberadamente puse. La misma película que rodamos hace ahora casi un año se ha enriquecido muchísimo con la realidad española».

El ganador de dos Óscar, al volver al espíritu desinhibido de los ochenta, también se ha reencontrado con lo irreverente, a pesar de que desde las polémicas de 2004, cuando estrenó «La mala educación» en pleno vuelco electoral socialista, se ha abonado a la prudencia.

«Es terrible que te arrebaten la espontaneidad. Saber que cada cosa que digas, por narices, se va a malinterpretar y mucho más cada cosa que digas con relación a los problemas sociales de tu país. Convertirte en un ciudadano enmudecido o con algo que te tapa la boca no va conmigo. Aunque no me he tapado la boca del todo», confiesa.

Almodóvar, en «Los amantes pasajeros», viaja sin facturar la pesada maleta del prestigio, que ha ido ganando al aflorar su parte más grave, y prefiere no competir en ningún festival.

«No me preocupa tanto la sensación de que haya gente que está esperando que fracase como la presión de que tienes siempre que acertar. De que el camino siempre tiene que ser ascendente. En todos los caminos hay remansos, hay valles, hay que bajar un poco para subir», dice.

«Como director tienes que tomar cien decisiones al día porque si no el equipo está paralizado. A veces con total convicción, otras por instinto otras por intuición y otras porque hay que tomarlas. Soy capaz de tomar las cien diarias o las que me echen, pero en mi vida no tengo tanta determinación».

«Probablemente uno de mis errores ha sido no resolver determinadas cosas en el momento en el que yo detecto que hay que resolverlas. Pero bueno, estoy a tiempo. No hay nada grave. Y no vivo con la sensación de que todo me sale bien. El modo en el que vivo es perenne lucha», asegura.

Esa lucha le enfrenta, muchas veces, a sí mismo. A esa etiqueta de «almodovariano» que le persigue y a esa evolución desde la vida coral festiva a casi atrincherarse para seguir creando en los escasos huecos que le quedan entre rodajes y promociones.

«A pesar de que es un halago el hecho de convertirte en adjetivo, porque amplía enormemente tu propia existencia y tu nombre, me pesa eso. Yo quería hacer cine, no pretendía convertirme en algo que se pueda calificar con mi nombre».

«Para actuar con toda libertad no quiero tener compromisos con nada, ni conmigo mismo y desde luego con la realidad tampoco. Los retratos que he hecho, si he hecho alguno, están filtrados por un montón de elementos artificiales porque ese es el cine que me interesa hacer. Yo me represento a mí y a la gente afín que se siente reflejada. Hay muchas otras españas, y ahora lo estamos viendo, que no están en mis películas», sentencia.EFE

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