Cómo interpretar las protestas

Gonzalo Orellana
Londres, Reino Unido

En las últimas semanas hemos visto como de manera creciente en Turquía y Brasil multitudes salen a las calles a protestar; sendos titulares de prensa a nivel mundial pretenden interpretar estas protestas como el fin del «milagro» turco y brasilero.

Y es que a veces resulta extraño entender por qué la gente sale a la calle a protestar en países como Turquía, Brasil o en años recientes Chile, en todos los casos estamos hablando de democracias, que funcionan mejor o peor, pero democracias al fin, y en todos los casos se trata de economías con sanos niveles de crecimiento y de reducción de la pobreza.

A riesgo de simplificar demasiado las razones de las protestas, podemos resumirlas de la siguiente manera: Turquía, uno de los países económicamente más exitosos de la ultima década, que ha multiplicado casi por 3 su economía en dicho periodo, enfrenta el malestar de un grupo mayoritariamente juvenil que se opone a la destrucción de un parque para construir un centro comercial. En Brasil, el malestar se inicia cuando en la ciudad de Sao Paolo se decide una subida de la tarifa del transporte público. Los manifestantes, una vez más mayoritariamente jóvenes, critican no solo la subida del precio sino que esta subida no venga acompañada de una mejora de los estándares de calidad. En Chile, las protestas se centraron en la petición de educación pública gratuita y de calidad. También hay que decir que en todos los casos las protestas han ido sumando otras razones como la corrupción y la inseguridad en Brasil, el sesgo autoritario del gobierno de Erdogan en Turquía o el incremento de la inequidad en Chile.

Las protestas normalmente son un gran reflejo no sólo de lo que funciona mal en una sociedad, sino ante todo de las expectativas y deseos de la gente. En las naciones menos desarrolladas se pueden ver manifestaciones masivas cuando el precio de los alimentos básicos sube, en países en vías de desarrollo las protestas se relacionan más a la brecha existente entre lo que sus ciudadanos desean y lo que realmente tienen. Y este es el caso de estos 3 países, no es una coincidencia que la mayoría de manifestantes sean jóvenes, urbanos y con niveles de educación más altos que el promedio. Tampoco es una coincidencia que las manifestaciones en Turquía empezaran en Estambul, la ciudad más rica, educada y cosmopolita, donde sus jóvenes han viajado a Europa y tienen una idea clara de como debería ser su ciudad. En Chile los estudiantes pedían algo que es habitual en los países desarrollados, educación gratuita y de calidad que permita a todos competir de igual manera en el mercado de trabajo.

En todos estos casos las protestas no son sinónimo de que la situación vaya mal, todo lo contrario, son las tensiones normales de una sociedad que crece y se moderniza, son los reclamos de jóvenes mejor educados e informados, que en muchos casos han viajado y saben como es la vida en otros países más desarrollados. Dicho de otra forma, son los «growings pains» normales que otras sociedades también experimentaron producto del crecimiento y el desarrollo.

Esto no quiere decir que estos países no tengan problemas, es evidente que el primer ministro turco tienen ciertos sesgos autoritarios que se han incrementado a lo largo de los más de 10 años que lleva en el poder, también es evidente que existe un hastío entre cierta parte de la sociedad brasilera con respecto a la forma en que se ha priorizado el enorme gasto en instalaciones deportivas para recibir al mundial de futbol y las Olimpiadas, dejando de lado la inversión sumamente necesaria para modernizar sus sistemas de transporte. También se entiende a los jóvenes chilenos al pedir más y mejor educación a un país que tiene niveles de ingresos cada vez más cerca del de los países desarrollados, lo que sumado a una creciente desigualdad, provee de razones suficientes para la existencia de malestar.

Ni antes Chile, ni ahora Brasil o Turquía están ante “primaveras árabes” como las desatadas en los países del norte de África en los últimos años: con todos los errores que los gobernantes de esas naciones puedan haber cometido, no tiene sentido compararlos con personajes como Gadaffi, El Assad o Mubarak. Se trata simplemente de sociedades en proceso de cambio, de ciudadanos que se vuelven cada vez más exigentes y de democracias donde si un gobernante lo hace mal, sus ciudadanos siempre tienen la posibilidad de pedir correcciones y castigar con su voto a quienes los defraudan.

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