Desafío de la convergencia

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

En el 2003, luego de 13 años, se logró completar por primera vez la secuencia de un genoma humano a un costo de $3 billones. Hoy es posible realizar esta decodificación por $10 000 en 24 horas. En muy poco tiempo las pruebas de laboratorio a base de muestras de sangre necesarias para diagnóstico y tratamiento de enfermedades de origen genético costarán lo mismo que una radiografía y la terapia será más efectiva que un año entero de quimioterapias o cirugías, procedimientos que, dicho sea de paso, les parecerán a nuestros nietos tan anacrónicos como lo deben haber sido para nuestros abuelos las operaciones antes de la penicilina.

Este es apenas uno de tantos ejemplos que resultan de la convergencia, ese fenómeno global en el que se juntan en la red digital millones de usuarios en aumento constante, de computadoras cada vez más veloces y capaces de procesar las complejas conexiones de la información disponible, y la combinación de las tecnologías de mayor impacto en la nueva fisonomía del mundo, como la medicina digital, nanotecnología, robótica, inteligencia artificial, impresión tridimensional, entre otras. Sigue este fenómeno la denominada Ley de Moore, según la cual cada nuevo elemento de la convergencia, sean procesadores electrónicos más potentes, avances científicos aparentemente aislados, emprendimientos innovadores, conexión entre dos o más tecnologías –por ejemplo la biología y la nanotecnología, en materia de salud- provocan saltos exponenciales en la curva de la innovación, que en estos años inflexiona hacia una vertical pronunciada.

Estamos cruzando el umbral hacia una aceleración tecnológica que impactará en todos los órdenes de la vida: nacimiento de nuevas industrias y obsolescencia de muchos modelos de negocio; aumento del promedio de vida que no podrán acomodar los actuales sistemas de seguridad social; transformación de las dinámicas económicas y de poder; geopolítica girando en torno a dimensiones intangibles antes que a dominios soberanos de recursos naturales; sistemas educativos que habrán de abandonar las pesadas estructuras regulatorias y la poca flexibilidad de sus contenidos, que en ciertas disciplinas se vuelven anacrónicos en pocos meses.

La integración e interacción de los talentos en el mundo digital ha generado zonas de dinámica ajenas a las artificiosas fronteras del atlas. Ha surgido un nuevo mapa de relaciones y brechas tecnológicas en lugar de divisiones territoriales. El concepto de polos de desarrollo ya no es más geográfico -salvo para los productos de poco valor agregado- dado el proceso de desmaterialización de los elementos clave para el crecimiento empresarial; la vecindad y la identidad de grupos y sociedades estará dada por un factor de acceso comparativo y dominio de las tecnologías antes que por la proximidad material. Bajo estos términos, Sillicon Valley está más cercano a Munich y Tokio que a Baja California, al otro lado de la frontera. En este mundo del conocimiento será una cuestión de supervivencia la capacidad de tomar una posición como agentes de cambio para no ser arrollados por el futuro: una evolución por selección «tecnológica» de las especies.

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