La hora de la paz

Martín Santiváñez Vivanco
Lima, Perú

Perú y Chile tienen ante sí una magnífica oportunidad para demostrar que es posible, después de sendas guerras fratricidas y oscuras rivalidades históricas, construir un futuro de paz y dignidad anclado en el respeto al Estado de Derecho. El fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya ha sido, como todos sus precedentes lo indican, un fallo equilibrado, que reconoce parte de la pretensión peruana sin alterar del todo la posición chilena. El Perú, cuando decidió elevar su reclamo a la jurisdicción internacional, sometió voluntariamente al Derecho la totalidad de su aspiración soberana, aun a sabiendas de que la CIJ es una institución que dictamina de forma salomónica. Chile, al aceptar la intervención de la Corte, también demostró su apuesta por la vía jurídica. Que los dos países antagónicos del Pacífico Sur decidan dirimir sus diferencias por la vía legal es ya un gran ejemplo para toda la región y un gran paso para esa utopía indicativa que es la unidad política de Sudamérica.

Porque la construcción de la plataforma sudamericana implica, en primer lugar, la consolidación de la Alianza del Pacífico. Y sin Chile y Perú, la Alianza no existiría. Ese gran espacio de poder real que es la Alianza se funda en la cooperación económica, pero también en la confluencia geopolítica de intereses mixtos. Chile y Perú tienen que reemplazar la vieja doctrina internacional de Portales, una tesis sectaria y cainita, propia de democracias cerradas y estados naturales, por la libre competencia y la apertura solidaria que caracteriza a las poliarquías eficaces. En esta vertiente cooperativa, el militarismo tiene que ser enterrado en Sudamérica, pero para ello hace falta que el escenario sea de confianza y respeto mutuo. Un objetivo trascendente de la Alianza del Pacífico ha de ser, por tanto, la creación de una fuerza multinacional capaz de equilibrar las pretensiones hegemónicas y las pulsiones demagógicas de los populismos en la región, el gran peligro al que nos enfrentamos en el siglo XXI.

Los latinos tenemos que sentirnos orgullosos de la forma en que nuestras naciones optan por solucionar sus problemas limítrofes. El mejor espíritu latino es el de la unidad en la diversidad y la construcción de esta unidad, en la estela de Bolívar, pasa por la destrucción paulatina de las barreras artificiales que el cainismo político nos dejó en herencia. La unidad económica de la Alianza del Pacífico es un primer paso hacia la esquiva unidad política. Y para afianzar la dimensión económica era preciso liquidar el contencioso territorial. Esa es la mejor forma de demostrar al mundo que los latinos no aramos en el mar.

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